TPtor ir al grano desde el principio, de lo que quiero escribir es de la mierda. La mierda como expresión última de la miseria humana. Por tanto, lo de miércoles como título no es más que una añagaza o eufemismo. Parecía tan contundente titular excremento, heces, caca, estiércol, gallinaza, boñiga, zurraspa o, sencillamente, mierda, que he tenido que acudir al día de la semana, miércoles, recurso que, por otra parte, es habitual en el habla cotidiana.

La última mañana de domingo, junto a unos limpios y frescos veladores de bar, en San Juan, había depositada, aún reciente, casi humeante, una estupenda mierda que contemplaba a los viandantes con entereza y desafío. Un poco más allá, en la calle del mismo nombre, otra extraordinaria mierda de similares características aunque de proporciones más elevadas y evolucionando hacia la putrefacción. En la subida peatonal a la Alcazaba, puerta del Capitel sin ir más lejos, una mierda pero de las de verdad, mierda de soldado, que se llama, porque se entiende que una mierda de semejante envergadura sólo la puede evacuar un joven soldado de veinte años, en edad de crecer, comedor en serie y sin problemas de estreñimiento. Finalmente, en el hermoso césped de los jardines de la Alcazaba, junto a los niños, los columpios y tantos que hacen del jardín un lugar de descanso y solaz, una mierda entrelazada acababa de ser expuesta por una mierda de perro que correteaba alegre y jadeante mientras su impoluto dueño pensaba, probablemente, que vaya mierda de ayuntamiento que tiene a la ciudad hecha una mierda.

En todos los casos de mierdas significadas en la crónica, nos hallamos frente a mierdas de perro porque pensar en lo contrario o, mejor dicho, en lo impensable, o sea, que son mierdas humanas, nos arrojaría a una realidad difícil de aceptar. Incluso en la más humillante o mísera decadencia, el género humano mantiene vivo un rictus de dignidad que le conduce a la privacidad cuando de aguas mayores se trata. Sin embargo, con lo perros no hay dignidad que valga. Ni educación. Ni civismo.

Salvo unos pocos (que ya hay que querer mucho al perro para ir con una bolsa detrás a recoger sus mierdas, calentitas, pringosas y, en ocasiones, licuadas) el asunto de las mierdas de perro no hace más que demostrar la teoría de que los perros siempre se parecen a sus amos.