TEtstoy a punto de respirar a pleno pulmón, a punto de sentirme más liviana, a punto de experimentar la sensación de libertad que me llega con las vacaciones. Cuando ustedes lean estas líneas habré emprendido el camino, la migración anual que me aleja de los escenarios de cada día, de la habitual parcelación del tiempo, de las caras mil veces contempladas. Compañeros, familiares, amigos y hasta posibles enemigos habrán quedado atrás. Tiempo para sentir una ligereza pasajera, como cuando sujetas los músculos del estómago y tiras de ellos intentando separarlos del cuerpo; te sientes por unos instantes liberada. Tiro yo ahora de los tensos músculos de mi existencia y suelto amarras para, durante un tiempo, respirar libre del peso de lo cotidiano. Desprenderme de los gestos repetitivos, de la cadena de montaje, y volar. Una sensación falsa de libertad que en su quimérica esencia encierra la para mí imprescindible promesa del regreso, de la vuelta a la cadena de la que necesito sentirme eslabón necesario, eslabón de trabajo, amistad y familia. Perder parcelas de mi ser libre para instalarme entre los otros, protegida. Ansío la libertad pero la temo como ya descubrieron otros antes que yo. Solo administrada en dosis se me hace deseable, no me han educado para moverme con naturalidad en una existencia sin ataduras; soy cobarde y quiero volver luego a mi mundo, ciudad y casa nido. Pero eso será luego. Ahora quiero soltar amarras y dejarme ir, bañarme en el mar, transitar senderos de montaña mientras busco pequeños arroyos de aguas frías y transparentes para sumergir el cuerpo entre sus piedras. Contemplar el vivir de gentes de otros lugares, este año no muy lejanos. Cuando llegue el día ya fijado en el calendario, volveré a soltar esos músculos que ahora sujeto con fuerza y volveré a sentir el peso real de la existencia. De momento, solo veo el cielo azul de la migración en verano.