TLta historia local ha deparado algunas curiosidades en cuanto a alcaldes se refiere. Los que más tiempo desempeñaron el cargo, diez años, Carlos de Witte y Pau (1797-1807) y Antonio Masa Campos (1944-1954). El periodista Juan Antonio Rodríguez Machín lo ostentó en 1916 y, también, dieciséis años más tarde, en 1932. Ricardo Carapeto Zambrano lo asumió en 1928 y, entre 1954 y 1961, desempeñó el cargo su hijo, Ricardo Carapeto Burgos. En el siglo XIX se contabilizan hasta 122 alcaldes y dicen las crónicas que el mejor de ellos fue de Witte, por las transformaciones que tuvieron lugar en Badajoz. En el siglo XX, hasta 37 alcaldes han gobernado la ciudad: desde Antonio del Solar y Taboada (1924-1928), otro, dicen, de los mejores, pasando por los más recientes como García Martín, Antonio Cuéllar o Jaime Montero de Espinosa, incluyendo al abuelo de un astronauta de la NASA (Eladio López Alegría, en 1931) y un fusilado en los inicios de la guerra civil (Sinforiano Madroñero, en 1933 y 1936) hasta concluir en los cuatro de la reciente democracia: Luis Movilla, Manuel Rojas, Gabriel Montesinos y Miguel Celdrán, quien tuvo la oportunidad terminar un siglo y comenzar otro rigiendo los destinos de la ciudad.

Después de casi 18 años como alcalde, cinco mayorías absolutas y una trayectoria personal y política impecable, Miguel Celdrán dice adiós. No está enfermo, no está viejo, no está cansado, no está desilusionado pero, a sus 73 años y después de haber enterrado a más de un amigo del alma y de sentir la llamada de la familia, cree, sin saber el tiempo que le queda, que algo le debe a su mujer, a sus hijas, a sus nietos y al resto de su gente. Y cree, también, que para afrontar las interesantes expectativas que sobrevuelan Badajoz se necesita algo más que voluntad y deseos; se necesitan unas fuerzas que ya no son las mismas de 1995 o de hace un par de años. Pero, en su despedida, más allá de torticeros hermeneutas, espurias opiniones y resentidas actitudes, hay que resaltar el mérito de un hombre bueno, un político popular, un gestor excepcional y un alcalde del pueblo.

Ahora, entre insignificantes críticas y merecidas y mayoritarias loas, es el momento del homenaje al que, por sus obras, por sus méritos y por las transformaciones vividas en la ciudad en casi dos décadas, los cronistas reconocerán como el mejor alcalde en la historia de Badajoz.