Hace unos días se han cumplido 35 años desde que me montara en un tren a las diez de la noche en Badajoz y apareciera en Madrid como a las ocho o las nueve de la mañana para, por la tarde, proseguir a Colmenar Viejo y comenzar mi servicio militar. Era un tren indigno -y en esas seguimos-, lleno de pardillos jovenzuelos que salían del cascarón familiar para enfrentarse a la más dura prueba de sus vidas, además del ignominioso corte de pelo, que un chaval de esa edad pudiera pasar: fuera de casa y bajo una férrea disciplina. Me fui por mi quinta, aunque en aquella época eran muchos los amigos que acababan haciendo 18 meses de mili como voluntarios en la Base Aérea de Talavera.

Yo también estuve en la Base de Tablada, en Sevilla, para pasar por las pruebas médicas y físicas, pero por razones que no vienen al caso, me quedé a las puertas. Y terminé, como recluta, bajo el frío de la sierra madrileña y, como soldado, en un cuartel de Campamento, sí, esa zona postapocalíptica que ahora vemos cuando entramos en Madrid. Eran tiempos de salir de uniforme, de esperarnos la PM en la boca del Metro para hacer escabechinas consistentes en devolver a los más posibles al cuartel, de vivir en Alcobendas, de tener un sargento que pasaba revista de limpieza a los cetmes con un guante blanco de procesión, de otro sargento que nos llevaba a correr a los campos de la Venta la Rubia y decir que los diez últimos en regresar se quedaban arrestados sin pase de fin de semana, de hacer autoestop para venir a Badajoz, de conducir un TOA, de desfilar por la Castellana, de disparar a troche y moche, de que me llamaran Guía (junto con Welcome, los motes de mi vida), de enfrentarme a un Brigada chusquero que casi me complica la vida por un chusco de pan, de pistas americanas, de hacer guardias en una garita, maniobras de guerra y cambiarme a Periodismo dejando la Psicología.

Tres años más tarde, el genial y desaparecido Ivà, creó las Historias de la puta mili. Algo que yo acabo de hacer, contarles historias de la mía, en algunos casos puñetera, en otros…también puñetera, pero nos enfrentaba a una experiencia que no tenía mucho de divertida y demasiado de cansina. Es verdad que algunos salían igual de locos que entraban, pero, la inmensa mayoría, dejaba allí, para siempre, las tonterías.