TTtener un modelo o decir que se tiene facilita mucho las cosas. Una vez definido, solo hay que seguir el patrón decidido a pies juntillas, sin salirse del margen. Por eso los próceres son tan proclives a hablar de modelos. Un modelo es una pauta de conducta que puede estar referido a casi todo y que da buen resultado como herramienta. Hay modelos de gobierno, de empresa, familiares, sociales, políticos. Sin ir más lejos acabamos de hacer esta semana el aplauso anual a nuestro modelo de extremeñidad que es un ejemplo del uso que uno puede hacer del arquetipo marcado. Aparte de medallas, nuestro modelo consiste en cuñas radiofónicas en las que unos paisanos nos cuentan su vida --una vida extremeñísima, ojo--, la cual parecen deber íntegramente al buen hacer de este territorio. Salen unos cuantos, casi todos bien colocados en centros asombrosamente tecnológicos o empresas también modélicas, que terminan diciendo lo de Somos Extremadura bastante convencidos. A lo mejor sirve de algo, y, gracias al modelo, el veinticinco y pico por ciento de parados extremeños se colocan en esas empresas fabulosas del anuncio para poder ser ellos igualmente Extremadura. Pero, cuidado, próceres, que lo malo de adoptar un modelo es que se pasa de moda enseguida y cuando vas a echar mano de él deja de ser útil. Miren si no hacia el modelo cubano que tanta gloria ha dado desde lo de Sierra Maestra hasta hoy. Parecía tan sólido que ha aguantado embargos, críticas y huracanes varios. Al cabo de una simple enfermedad intestinal y un obligado retiro espiritual de su gestador resulta que ya no sirve. Luego está el modelo de gobierno nuestro hasta ayer prototipo de bondades de cuyas ministeriales filas empiezan a anunciar huidas pactadas o amago de deserciones. Los que aún quedan tienen el careto amargado y hace tiempo que no se refieren a su modelo, tal vez porque están convalecientes como el cubano. Así que, cuidadito con las enfermedades, que ellas pueden ser tan Extremadura como cualquiera.