TEtn la gozosa situación en que me encuentro la ciudad se me va desplegando, y más que la ciudad --que también-- son las personas las que reaparecen y con las que estoy teniendo un dichoso reencuentro. Años de no ir, o ir tiro hecho, me habían distanciado de amigos que formaron parte de mi existencia, que se habían convertido casi en petrificados recuerdos y que de repente cobran vida, saliendo luminosos de entre la bruma, demostrando que sigue vivo lo que nos unió en etapas ya distantes.

Maravilloso el reencuentro al pasear por las calles, al entrar y salir de tiendas, supermercados, bancos y fruterías. En pocos minutos nos ponemos al día, hacemos aflorar los recuerdos, nos reímos, nos emocionamos y llegamos a la conclusión de que, aunque la vida nos distanció, el afecto continúa intacto. Intercambiamos números de teléfono y, si vamos con tiempo suficiente, hasta nos tomamos un café o una caña.

Había meditado en las muchas cosas que podría hacer en esta nueva etapa, pero no había pensado en que se me daría la oportunidad del reencuentro con personas que poblaron un tiempo anterior. Pues eso, los reencuentros, es lo primero que me está pasando.

Antes de nada, antes de llegar a descartar lo que comienzo a creer que eran meros sueños, y antes de sustituirlos por nuevos proyectos, he descubierto lo que tras la barrera del trabajo se escondía: los afectos que sentí y que siguen vivos después de años de distanciamiento. Cada día una nueva cara salida del pasado, un cariño recuperado y un número más en la agenda.

No me había dado cuenta de la cantidad de personas de las que nos vamos alejando en cada paso del camino. Es hermoso reencontrarlas y descubrir que continúa existiendo buena parte del mundo que creía perdido.