Y 85 años después, los Murga han cerrado. La vieja, la popular, la animada tienda de tejidos de la calle de la Soledad, ha echado el cierre en un entorno donde ya van siendo demasiados los negocios que deciden, que tienen que desaparecer. Difícil acertar en los motivos que llevan a una tienda de toda la vida a cerrar sus puertas pero todo apunta que es una suma de factores -ninguno positivo- que sobrevuelan por este casco antiguo de Badajoz con demasiadas heridas abiertas. Las calles Arias Montano, San Juan, Meléndez Valdés y Soledad son, esencialmente, las calles que encarnan el Badajoz antiguo, bullicioso y dinámico, que afrontó la modernidad con la dignidad del perdedor que no del fracasado. Arias Montano murió, San Juan aguanta con un puñado de entusiastas valientes, Meléndez Valdés con más fuerza que ninguna y la Soledad que se niega a desaparecer. Bares como el Carmen (agradable y felizmente renovado), Aftasí o La Antigualla (de público joven y con estilo), Samarkanda (un clásico), el tapeo de La Santina o lo alternativo de Chacha, mantienen y sostienen el ocio de una calle que no debe morir. La estética de Noemí, lo diferente de Incluso, el de todo hay en Juan Pedro, los bolsos y zapatos de Martínez Olgado, Retales Vega, Tejidos Ana, Claudia y sus modelos, Pepa Casado y su talento para sorprender, Real Musical, la filosofía de Vidarte, la maravilla de curiosidades en Ferretería Bazar Rodríguez, otro clásico junto con los electrodomésticos de Modesto García, el Centro Artístico de Badajoz o Artex, como epicentro de cultura y más allá, demuestran que el milagro es posible aunque cada día el milagro cueste un poco más.

Se fueron la cestería, la Escuela de Restauración, se fue la pastelería La Argentina y cada vez que se cierra, como los Murga ahora, un negocio de los de siempre, de esos que nos encontramos a nuestro paso por el Casco Antiguo que las nuevas generaciones ya solo identifican con los palomos o los bares de copas, sentimos como si se cerrara una etapa de nuestras vidas, dejando una sensación de orfandad y melancolía que ningún chino en la esquina puede aliviar. No se trata de buscar culpables porque tiendas siempre se cerraron y no estábamos en medio de una brutal crisis como ahora, sino de reconocer que por muchas cosas buenas que nos estén trayendo los nuevos tiempos, se van quedando por el camino recuerdos, momentos, nombres y rostros que, al desaparecer, se llevan con ellos algo nuestro.