El problema de los pequeños museos --históricos, temáticos, ambientales-- no es ni su creación, ni su apertura. Eso suele es fácil en cuanto las administraciones son capaces de reunir los fondos necesarios. Abrir un museo no es colocar sólo una serie de objetos, fotografías, grabados o planos con mayor o menor acierto. No. Por pequeño que sea requiere de especialistas para reunir y analizar la información a transmitir, los objetos a exponer y los modos de hacerlo. Naturalmente, no es lo mismo si las piezas son originales o si son reproducciones. Optar por la primera posibilidad encarece el proyecto, porque la seguridad es cara -y no siempre eficaz-. Los avances informáticos han supuesto una auténtica revolución, porque ahora no es preciso fabricar maquetas de las tradicionales, que se convierten por sí mismas en objetos a restaurar a partir del primer día y, además, son muy onerosas. Son mucho más eficaces las reconstrucciones virtuales. Pero, en realidad, los centros de interpretación, no otra cosa son en general los pequeños museos, comienzan a tener problemas desde su inauguración. Porque la institución receptora, si no es la promotora, ha de poseer los medios precisos para mantener abiertas las nuevas instalaciones. Es decir, personal que cuide de la seguridad, explique a los visitantes u organice los medios ad hoc, si los hay, y, en casos concretos, que despache entradas o contabilice las visitas. Cierto que una sola persona puede cumplir al menos dos de esos cometidos, pero esa circunstancia, con ser un ahorro, es mala señal. Si lo hace con holgura es por escasez de interesados y eso acaba redundando en el cierre de las instalaciones, después del gasto.

Abrir centros de interpretación es buena cosa, por motivos fácilmente comprensibles y porque crea puestos de trabajo. Y es deseable que con contratos estables. Aunque, claro, ¿quién hace contratos indefinidos para centros de futuro incierto? Nada de eso sucederá en Badajoz, espero, con los centros interpretativos que se van a abrir urbi et orbe. Ojalá todo salga bien y no veamos cómo se cierran y deterioran. Que no pase como con los últimos paneles explicativos de los monumentos, presentados a bombo y platillo, a pesar de tener muchos errores. Hasta hubo guateque al inaugurarlos. Hoy están manchados, deteriorados, algunos deformados y dan una sensación de desinterés que no concuerda con el Milenio.