THte sentido el vacío bajo la silla, bajo el suelo, bajo los cimientos del edificio en el que me encontraba. A estas alturas debería estar acostumbrada a los malos datos. No es así. En los últimos meses parecía que miraba el mundo con una mayor distancia, como si me fuera alejando o intentara hacerlo. Es difícil de explicar pero, en cualquier caso, ya no importa. Ha debido de ser una bruma pasajera. Quizás he estado ensimismada. Pero hoy he sentido que ni silla, ni suelo, ni cimientos, que ni siquiera la tierra sobre la que vivimos, podía frenarnos en la caída. La cifra del desempleo me ha noqueado, como un puñetazo en el estómago. Lo he sentido en las tripas. Casi un cinco por ciento de aumento en Extremadura. Más personas en las colas del paro. No tengo en este momento el dato de cuántos pacenses han pasado a formar parte de la lista, pero sean los que sean, siempre serán demasiados. Personas que ya no tienen que levantarse para trabajar porque el sistema, aún necesitándolos, no puede pagarlos. No puede o no quiere. Vaya usted a saber. Pienso que nadie, ninguno de cuantos se afanan en colocarnos un paracaídas, sabe cómo hacerlo, y si lo saben sus movimientos llegan siempre tarde. El enemigo es rápido, inteligente y taimado. Tiene muchos planes. El B, el C, y así hasta que se le acabe el abecedario, y después le quedan casi infinitas combinaciones y permutaciones. Analistas, expertos, dirigentes reunidos en sucesivas cumbres. Nadie sabe cómo tomarle la delantera.

Tampoco lo sabe la mujer que en la cola del paro decía que vive con una ayuda de 426 euros, ni el hombre que lleva tres años sin trabajo, ni tampoco el joven que, tras acabar la carrera, y cansado de buscar sin ningún resultado, ha decido apuntarse también en la lista.

Vacío bajo la silla. Nadie lo sabe. Eso es lo que me produce vértigo.