Hace siete años conocí la ciudad de Nantes preparándose para la Navidad, con su iluminación extraordinaria y su colorido mercado. Uno más de tantos mercados navideños que hay por Europa central y que responden más a la tradición que a la religión y que siguen despertando el interés general y alegrando los días de diciembre. Hace dos años, un tribunal de Nantes desató una polémica ya repetida en el país vecino y peligrosa por lo que suponía: ordenó la desaparición de los pesebres de Navidad de los edificios públicos. Ahora, recientemente, el Consejo de Estado de Francia ha zanjado el debate laicista permitiendo que se instalen dichas escenografías siempre que se entienda que son decorativas y no proselitistas. O sea, que tengan un carácter cultural, artístico o festivo y no de propagación de unas determinadas ideas religiosas. El laicismo, que por las Españas algunos reclaman, es un arma de doble filo y genera contradicciones curiosas e interesadas. En la misma Francia, laicos desde la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789, regulada por una ley de 1905, reniegan, a veces, o renegaban, del pesebre pero, posiblemente por miedo o buenismo, celebraban el Ramadán en el ayuntamiento de París mientras que siguen manteniendo como fiesta el lunes de Pascua, la Ascensión, Pentecostés o el propio 25 de diciembre. No sé si les suena de algo. Es decir, a los más recalcitrantes se les llena la boca no ya tanto laica sino agnóstica o, incluso, atea, pero se desviven por agradar al islam, ejercitan prácticas propias del budismo porque está de moda o se oponen ferozmente contra la desaparición de las fiestas navideñas o de Semana Santa aunque para ello haya que denominarlas eufemísticamente como de invierno y primavera. Ahora, que ya se van acercando los nacimientos, traen de la mano, muy a pesar suyo, el cinismo o la contradicción, la estulticia y el postureo de quienes ven gigantes donde solo hay molinos y una extrema pulcritud en la más sencilla tradición cristiana donde otros se enfrentan a sus propios fantasmas. Peores que las religiones son algunas ideologías, más proselitista es un mitin que un portal de belén y más nocivo un pesebre político que la humilde imagen de un establo.