Siempre las Navidades pasadas son las mejores aunque es muy respetable pensar que las mejores son las que están por llegar. El futuro no se sabe, el presente, ya ves, pero el pasado, el pasado ahí está, a la vista, al alcance, manipulable hasta el punto de que cualquiera lo puede recordar a su antojo, dejando a un lado lo malo, lo doloroso, o haciéndolo más ligerito de sobrellevar, y destacando los buenos momentos, los mejores recuerdos. Las Navidades pasadas vuelven cada año y lo importante es que vuelvan cargadas de lo mejor de aquellos tiempos que se fueron, de aquellas personas que ya no están.

Como los anuncios de televisión que aventuraban, aunque fuera en blanco y negro, la Navidad, las vacaciones de Navidad, quince días de salir a la calle a jugar o a lo que fuera a punta mañana y volver ya anochecido. Aquellas vacaciones escolares que duraban una eternidad y ni la tele con sus pelis de sesión de tarde, sus especiales de Raphael o de Martes y 13 y sus campanadas locas podían arruinar. Vacaciones que venían precedidas de villancicos en la escuela, la botella de anís al maestro o, ya entrados en bachillerato, el actual día del borracho pero en versión muy dulcificada. Vuelven las Navidades de Papá Noel en casa de mi amigo y vecino Luis , que jamás se olvidaba de ninguno con sus regalos. Las del Gordo que nunca supimos que fue de él. Las de aquella familia de Cuéntame que cenaba pavo como debe ser. Las de la Misa del Gallo en la Parroquia de San José y la fiestecilla vecinal posterior en el salón de actos en el piso inferior. Navidades donde todo era más auténtico, donde nadie, ni siquiera los centros comerciales, nos marcaban el ritmo de la fiesta. Donde desearse Feliz Navidad no era emular una peli de final feliz sino trasladar al amigo o al vecino un sentimiento de verdad. Navidades de aguinaldo, de tarjeta con sello de Correos y de noche especial. De esperar regalos aunque fuera un simple camión azul que, a hurtadillas, ya habías descubierto debajo de la cama de los papás. De Nochevieja de adolescente a fin de año de ya eres todo un hombre con fiesta de cotillón y chocolate con churros al amanecer. Navidades de Reyes Magos que eran los que tenían que ser, que de verdad eran reyes y, sobre todo, magos.

Hoy, las cosas han cambiado y se han modernizado pero la magia, lo que significa, lo que hay más allá, no se puede perder. Ni perder ni camuflar tras ese barbarismo ridículo y cateto que es llamar fiestas de Invierno a la Navidad.