En la semana de Nochebuena, los ataques de melancolía son furibundos. Sobre todo cuando se evoca a los que no están y la nostalgia nos devuelve, por unos segundos, sus voces apenas inaudibles, sus rostros que recuperamos gracias a una vieja fotografía, su trasiego por el hogar en unos días previos a la gran cita familiar del año. Regresamos a ellos o ellos regresan a nosotros en una especie de ritual que nos conjura con lo más íntimo, lo más preciado: nuestros recuerdos. Tantos: los cantos de villancicos o la preparación de belenes y murales navideños en el colegio, donde a los profesores aún se les llevaban botellas de anís y polvorones, donde escuchábamos el soniquete de la lotería el día que nos daban las vacaciones. Unas vacaciones eternas, de echar el día en la calle, de frío de los de antes, de cine de sesión de tarde y de esperar para el 24 una fiesta por todo lo alto. Por Papá Noel, que también venía, aunque fuéramos más de los Reyes Magos, por los nervios de todo el día, por los petardos, aunque ahora esté mal decirlo, por la fiesta con cuatro cosas, por ir de una casa a otra, por la tele puesta, por la misa del gallo en San José, que siempre era más gallo que misa, sobre todo en el salón de actos, por tantas cosas, pero, más que nada, por el nervio en la cocina. Porque, aun con poco, aunque siempre hubiera, no era una cena cualquiera, por la compañía, por la mesa, por el olor y el sabor de la comida. De algo de eso habla el muy recomendable anuncio de este año de Nestlé, en su versión larga. Titulado La cena que no ves, habla de quienes, en ese día, en esa noche, nos hacen a los demás felices: generalmente, las madres, aunque algún hombre hay. Les animo a que lo vean varias veces. Porque ellos no cenan como nosotros. La selección de mejillones al vacío, el langostino vergonzoso sobre mezclúm de lechuga al aroma de limón, son platos que demuestran que, mientras estamos sentados a la mesa, ellos, insisto, sobre todo ellas, las madres, van de acá para allá dirigiendo una sinfonía que quedará impecable gracias a su esfuerzo y su entrega aunque lleguen tarde a la cascada de helado a temperatura ambiente, o sea, derretido. Un homenaje para quienes hacen que la Nochebuena, la nuestra, sea perfecta.