Muchos se toman las elecciones y la política como si de un campeonato de fútbol se tratase. Se heredan las aficiones y se consideran hinchas de un equipo porque lo mamaron de pequeños en casa y sería una traición familiar cambiar de camiseta. Algunos añoran viejas victorias recreadas en familia como una forma de recuperar un pasado que se escapó y aspiran a nuevos trofeos como si de una revancha se tratase. Puede ocurrir que la tradición familiar esté dividida o que, no se sabe por qué, aparezca una inclinación distinta a la programada desde pequeño, pero una vez adquirida se mantiene de por vida como si la reprogramación fuese inalterable, o con un cambio no solo se traiciona a la familia, sino a uno mismo. El único objetivo es vencer al enemigo, porque al enemigo ni agua, y una vez perdido el trofeo, todas las energías hay que empeñarlas en preparar la siguiente batalla contra el equipo contrario, aunque también nos puede dar mucha satisfacción cualquier equipo ajeno que derrote o humille en el campo a nuestro adversario. No interesa el fútbol, el buen juego o el simple deporte, eso es lo de menos, solo interesa que la pelota entre, aunque sea en las más impresentables circunstancias. Siempre habrá motivos para el enfrentamiento, para cuestionar las victorias ajenas y justificar las propias, nunca reconoceremos las virtudes del equipo contrario y negaremos nuestras faltas. Nos preocupamos más en desgastar al contrario que en reforzar nuestras capacidades.

Pero la política no es fútbol, aunque lo parezca. En una sociedad democrática las elecciones ni dan ni quitan razones, simplemente establece un sistema consensuado para designar a los que tienen las mayores responsabilidades de gobernar durante un tiempo para todos, y pasados cuatro años poner de nuevo a disposición de la sociedad esa designación. Tan importantes son las mayorías como las minorías, y para ambas se debe gobernar y garantizar sus derechos. Lo realmente importante no es ganar el partido sino gestionar el futuro, no se trata de capturar y repartir un botín, sino de crear y promover el bienestar de todos. Cuando se gastan las energías en eliminar al contrincante, termina pagando la fiesta quienes menos culpa tienen. La política no es fútbol, aunque demasiadas veces lo parezca.