Desde que tenía cinco años, Juan Carlos Fernández Fernández-Orejudo sabe que es adoptado. Es de Villanueva de la Serena, trabaja y vive en Badajoz desde hace una década, y ahora, con 30 años, se pregunta si su madre biológica lo dio en adopción de forma voluntaria o es un bebé robado. Las primeras dudas le asaltaron hace dos años cuando vio por televisión la noticia sobre niños robados en la clínica madrileña de Santa Cristina, la misma en la que él vino al mundo, y escuchó el nombre de sor María Gómez de Valbuena. Llamó a su madre adoptiva, Rosario, que ya le había explicado que su adopción la había tramitado una monja, para saber si era la misma religiosa de la que hablaban en la tele. Sí, fue sor María quien lo entregó.

Dentro de Juan Carlos algo se removió y comenzó a hacer algunas indagaciones. Lo primero fue revisar los documentos sobre su adopción. "Me pareció raro que no apareciera el nombre de mi madre biológica ni en el registro civil ni en la partida de nacimiento como ocurre en otros casos. Además, en mi historial clínico de recién nacido aparecía el nombre de mi madre adoptiva, como si me hubiera tenido ella, con un número de habitación y todo".

Las piezas del puzzle no encajaban. Juan Carlos estaba decidido a investigar, aunque no tenía muy claro por dónde empezar porque "ni siquiera tenía un nombre, el de mi madre biológica, para buscar". Pero algo había cambiado. "Siempre pensé que hubo una madre que me abandonó y, de repente, era posible que no me hubieran abandonado y que pudiera haber una señora que cree que su hijo está muerto o que está luchando por encontrar a ese hijo que le robaron", cuenta al explicar lo que sintió cuando en su cabeza se alojó la sospecha.

De su madre biológica Juan Carlos solo sabe que era "una chica muy joven, guapita y de una buena familia". Estaba estudiando en Madrid, se quedó embarazada y no quería que su familia lo descubriese. Fue la historia que sor María le contó a su madre adoptiva cuando le entregó al niño hace 30 años.

De Villanueva a Madrid

Los padres de Juan Carlos no podían tener hijos. Fueron más de una vez de Villanueva de la Serena, donde vivían y viven, a Madrid en busca de ayuda, pero la madre no lograba quedarse embarazada. Fue entonces cuando un trabajador de la maternidad de Santa Cristina, paisano del matrimonio, les habló de sor María.

"Mis padres pensaban que era una adopción completamente legal", asegura Juan Carlos. Cree que la ilusión y las ganas de tener a su hijo con ellos hicieron que no se plantearan que podía ser irregular y que no sospecharan cuando dos meses antes de que naciera el niño se les solicitó un donativo para cubrir los gastos de alojamiento y de medicinas de la madre biológica. "Como dice mi madre, ¿quién no se iba a fiar de una monja?", apunta el joven. Sor María era, según le ha contado su madre, una persona "seca, severa...que no caía bien", pero que no dejaba de ser una religiosa en la que sus padres confiaron ciegamente.

"No puedo vivir con la duda de si soy o no un niño robado. tengo derecho a saberlo y saber si tengo hermanos, sobrinos...", asegura Juan Carlos Fernández, quien está dispuesto a llegar "hasta el final" para completar su historia.