TLta noche en que ganó Rajoy dije adiós al micrófono. Adiós, aún secreto, a la radio en la que tantos años he trabajado. La entonación me sonó distinta en la despedida. Yo sabía que con ese adiós cerraba una larga etapa. La noche, esa en que ganó Rajoy, fue mi última noche y mi último día. Quién me iba a decir, cuando siendo una joven estudiante viví en Madrid los acontecimientos de aquel otro 20 de noviembre en que murió el dictador, que treinta y seis años después estaría despidiéndome de una profesión para la que me estaba preparando. Son curiosas las fechas que nos tiene reservadas el destino. Repetían la imagen de Rajoy, saludando desde el balcón a los suyos, cuando yo me despedía. Cerré los ojos, y con el aliento de la última palabra, el micrófono también se cerró. Ya se había terminado. ¡Qué largo y qué corto!

Vuelvo a teclear después de un rato. Desde el punto y aparte han pasado varios minutos. He estado pensando en mi padre. Sabía que quería ser periodista y me envió a estudiar. Me proporcionó la caña con la que pescar en la vida. Mi padre que me observaba con mirada sabia cuando llegaba a casa pesarosa del trabajo, y que sonreía cuando abría contenta la puerta. Mi padre, que si viviera, no saldría de su asombro al comprobar que su pequeña comino había llegado al momento del descanso. Siempre le estaré agradecida. Me procuró buena caña. Flexible y resistente ha durado todo el camino.

Quizás les interese poco lo que estoy contando, pero siento la necesidad de decirlo. Son cosas sin importancia, pensamientos íntimos, retazos de vida que aquí, en estas pocas palabras, quedan apenas dibujados.

La noche en que Rajoy ganó dejé el periodismo activo, la radio, treinta y cuatro años de ejercicio. Esa noche, al filo de las once y media, inspiré para dejar escapar, por última vez, el aire ante el micrófono.