Pronto se cumplirán tres años. El 23 de junio del 2017 Rafael Armesto y su familia se liaron la manta a la cabeza y dejaron su casa en alquiler en Barcelona para dar un vuelco a sus vidas. Su proyecto desde entonces es «viajar y recorrer el mundo» y lo hacen en autocaravana. «Somos nómadas», describe Rafa, que disfruta de esta aventura con su mujer Silvana y sus hijos Laia y Matías, de 13 y 10 años, respectivamente.

Rafa estaba cansado de dedicar su vida al trabajo y de no ver crecer a sus hijos. «Estaba ganando para pagar y no disfrutaba de nada». Cuando se enteraron de que los niños podían seguir estudiando por internet, tramitaron el procedimiento de escolarización, que les llevó su tiempo. Ellos son los profesores, con un programa lectivo del Ministerio de Educación. El año pasado se examinaron en la embajada española en Roma y, el anterior, en la de Lisboa. Para llevar adelante su proyecto crearon una asociación sin ánimo de lucro, Travellerslym, «para que Hacienda nos tenga controlados». Se ganan la vida con artesanía, pegatinas en vinilo y documentaciones de telefonía móvil, que era el trabajo que antes tenía Rafa.

En su DNI figura el domicilio en Barcelona, pero no es real, porque no tienen una dirección fija. «Nuestro hogar es nuestra autocaravana». El 22 de marzo estaba prevista una reunión de autocaravanas en la explanada del mercadillo de los martes en Badajoz, donde ya estaban cuando se decretó el estado de alarma e iniciaron la cuarentena en el área de autocaravanas situada junto al puente de Palmas.

Fue el 18 de marzo cuando llegó la policía local para avisarles de que el área de aparcamiento se cerraba y tenían que marcharse. En aquel momento había cinco autocaravanas estacionadas. El problema era decidir dónde iban. Porque no tienen una residencia fija. Ahora están en Badajoz, donde incluso el niño tiene seguimiento médico por un problema de tiroides, que ha quedado en suspenso con la crisis sanitaria.

La policía les aconsejó que aparcasen en la vía pública y se trasladaron a una calle próxima, para estar cerca del área, donde hay agua corriente y vertido de fecales. De nuevo la policía se presentó y tuvieron que enseñar toda la documentación de la empresa, médica y de escolarización. «No me daban ninguna alternativa pero una vez que presenté todo nos permitieron quedarnos en el área, que cerraron y nos dejaron en el interior».

Son la única familia que cumple la medida de confinamiento en este espacio, al que han llegado otras autocaravanas pero se han marchado al comprobar que está cerrada.

Su vivienda sobre ruedas no tiene más de 9 metros cuadrados. Salen al exterior, a la parcela, pero no más lejos. Los niños llevan «fatal» tener tan cerca el gran parque del río y no poder disfrutarlo. Hace unos días, cuando fueron a cargar agua a la fuente, situada a 10 metros, el niño se llevó el patinete para transportar el depósito, alguien lo vio y llamó a la policía, que rápidamente se presentó para avisarles de que no pueden salir de la caravana. Solo lo hacen para ir a comprar a un supermercado cercano, cada dos o tres días, ya que tampoco tienen espacio para almacenar. «La verdad es que lo estamos llevando bastante bien», asegura Rafa, que no se arrepiente de no vivir en una casa de ladrillo. No se plantean que la cuarentena les hubiese cogido en otro lugar. «Cualquier sitio hubiese sido bueno y aquí estamos muy bien, no tenemos problemas con los vecinos». La policía ronda pero no les ha vuelto a preguntar. Tienen incluso una vecina que se ha ofrecido para lo que necesiten y cada tarde a las ocho salen a aplaudir. Como están aislados, no tienen miedo al contagio, solo cuando van a la compra.

Otros autocaravanistas lo están pasando peor. A raíz del estado de alarma, Rafa creó un grupo de whatsapp pues quería saber de qué herramientas disponía «para que no me echasen de aquí y terminar la cuartentena». Desconocía si estaba en el mejor sitio. Al principio todos los días llegaban autocaravanas que se marchaban al siguiente, lo que les causaba cierto temor, por el riesgo de contagio. A través del grupo ha sabido que hay mucha gente que se está escondiendo en la montaña porque los envían a domicilios que no tienen. «Esto depende mucho de las autoridades, pues muchos están siendo perseguidos». Rafa y su familia han tenido más suerte, porque «hemos dado con gente razonable».