Si algún día a alguien se le ocurre pensar que reúno algún mérito para que soliciten ponerle mi nombre a una calle, ruego desde ya que desista. Renuncio. No quiero tal cosa. El único honor al que aspiro es a que mis libros estén cada vez en más bibliotecas privadas y públicas. Pero odio la vanidad y todas sus consecuencias. Por eso me da un infinito pudor pensar que a alguien puede ocurrírsele tratar de honrarme haciendo algo que detesto. Y espero que estas palabras no suenen a soberbia. Hay tantas calles con nombres cuyo único mérito es la amistad, la influencia o el interés con quien tiene el poder de bautizar calles, y hay tantas otras con nombres merecedores tan sólo de olvido, que, bajo la premisa de que cualquiera, sin ningún mérito, puede nombrar con el suyo a una calle, podría darse el caso de que hicieran lo mismo conmigo. Y no quiero.

Hay países, como España, que gastan una gran cantidad de energía y de tiempo en idioteces. Una de éstas es la de los nombres de las calles. Todo se arreglaría si se respetasen los nombres tradicionales, por ejemplo, los de los gremios, y, después, si se completase el nomenclátor sólo con nombres indiscutibles, por ejemplo, los de las flores, o los de los animales. O, como hacen en otros países mucho más pragmáticos, numerándolas, sencillamente.

Pero aquí, hasta ahora, los nombres de las calles los ponen los vencedores, los vencedores de las guerras antes, y los vencedores de las elecciones ahora. Y, claro, en cuanto se da la vuelta a la tortilla, aparece el revisionismo, esa espita de tensiones revanchistas por donde se pierde, ya digo, tanta energía, tiempo y dinero.

En Badajoz se están cambiando nombres de calles como consecuencia de la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, que es una ley muy justa, porque si ya es lamentable ponerle a una calle el nombre de un chisgarabís, peor todavía es mantener en algunas de ellas nombres de asesinos, de dictadores, de golpistas y de verdugos. Y, como consecuencia de eso, se han rebautizado calles con otros nombres de total justicia, como el de Alberto Oliart Saussol , que tantos servicios ha prestado a la democracia y a Extremadura, y que es un extreordinario de verdad. (Continuará).