La comunidad católica ha vivido unas semanas inéditas en la historia moderna de la Iglesia. Por primera vez un Papa renunciaba en vida al pontificado y en tan sólo tres fumatas negras los cardenales que integran el Cónclave decidían que por primera vez no sea un Papa europeo, sino argentino y jesuita, quién dirija la Iglesia en los próximos años.

Muchas innovaciones en poco tiempo, en una institución tradicionalmente inmovilista que hacen pensar a muchos: religiosos y laicos, creyentes y ateos, que podríamos estar ante una nueva Era para la iglesia católica.

Y es que si de la historia del cardenal Jorge María Bergoglio, ahora Papa Francisco, ya lo sabemos casi todo. Una vida, como la de cualquier hombre, cargada de aciertos y errores. Lo que todavía se plantea como la gran incógnita es cuál será el rumbo que le va a dar a la Iglesia durante su Pontificado. Algunos de sus actos y declaraciones le confieren el título de Papa conservador. Otros aseguran que será un Papa progresista por sus críticas a los excesos del capitalismo. Será el tiempo, sin duda, quién nos lo aclare; pero lo cierto es que el nuevo Papa tiene ante sí algunos de los retos más difíciles con los que la iglesia se ha encontrado a lo largo de su historia.

El Papa Francisco no sólo tendrá que afrontar los asuntos que más escándalos y controversias han causado en la Iglesia en los últimos años, como los abusos a menores o la intrigas de poder en la Curia; sino que tendrá que atajar también la crisis de fe que muchos fieles están sufriendo por la impasividad y odios sordos de la institución eclesiástica ante la evolución de mundo.

La Iglesia no puede demorarse mucho más a la hora de dar respuesta a las nuevas realidades que le plantea la sociedad actual y que pasan, entre otras muchas, por definir el protagonismo de lo laico y de la mujer en el seno de la Iglesia. U otros temas igual o más espinosos como el del celibato.