Periodista

No me imagino al que fuera portavoz del grupo socialista en el Ayuntamiento de Badajoz, Eduardo de Orduña, con anterioridad diputado de Cultura, antes de eso presidente de la Diputación de Badajoz y, en estos momentos, secretario local del PSOE, repartiendo octavillas en mano a la puerta de Pryca. Y mucho menos me lo imagino enfrentándose con un guarda jurado del centro comercial.

Tampoco me imagino al actual portavoz municipal del PSOE, Moisés Cayetano, con la concejala María Antonia Márquez Anguita, entrando en los portales y buzoneando papeles, que firma la Agrupación Local Socialista, pero que carece de pie de imprenta.

En el PP no me aclaran si lo de inundar las calles con 30.000 octavillas es ilegal, aunque recuerdo que a la Plataforma del 0,7 la llegaron a multar por hacer lo propio a las puertas del palacio municipal. Y eso que lo que pedían aquellos es más colaboración con los países subdesarrollados y lo que denuncian ahora éstos son presuntos pelotazos urbanísticos.

Es verdad que el teniente de alcalde, Ramírez del Molino, no es culpable de que su padre tuviera una finca que ahora se va a recalificar y multiplicará su valor porque la ciudad va a crecer por la zona donde se encuentra y que lo mismo le haya podido ocurrir al alcalde con una huerta de su familia política. También es cierto que los dos afectados-beneficiados han optado por el ocultismo, en lugar de hablar a las claras, una actitud que genera sospechas. Pero el escenario de la crítica política está en el ayuntamiento, no en la puerta de Carrefour.