Es triste que aún haya gente en este país, aunque no sea oriundo de él, que tenga que esconderse sin haber cometido más delito que buscarse la vida honradamente, o mejor dicho, intentándolo, por que si les encuentran sin los preceptivos papeles, los expulsan al suyo, de donde han salido dejando a sus familias al pairo de una suerte incierta. Y eso ocurre. Ocurre en España y ocurre en Badajoz, donde un hombre del este europeo y una mujer de Nigeria permanecen ocultos a la espera de que alguien encuentre una solución a su problema: quedarse para trabajar y mandar dinero a sus familias.

Gracias a que, también hoy, hay gente piadosa --léase sin prejuicios religiosos-- que es capaz de sucumbir al sufrimiento y actuar comprometiéndose con un ideal sencillo --y sublime--: ayudar a otro, al margen de naciones, culturas, colores, creencias. Gracias a que hay gente así, hay esperanza, pero a la vez es un hecho para pensar en el tipo de sociedad que estamos construyendo. Si bien es verdad que las instituciones deben hacer cumplir la ley, también lo es que la ley no puede ir al margen de la justicia. Y cuando esto ocurre, queda la actitud de la gente, de gente como las que ocultan en sus casas a estos desesperados.