Con el asunto de las vacaciones del senador José Antonio Monago han aparecido en escena los deslenguados oportunistas de siempre. Que jamás se pringan, que se atreven con el débil pero son cobardes con el fuerte, que nunca asumen riesgos y que empeñan todo su esfuerzo en sentar cátedra desde la barrera. Siniestros personajes por su ventajismo, por su falta de escrúpulos y por su denodado intento por maquillar una perversa conducta que constantemente le retrata.

Los hechos son que un senador, pidiendo permiso a quien está en posición de dárselo, ha faltado a dos plenos del Senado. No ha hecho novillos, no se ha ido por su cuenta y riesgo, no ha cometido ningún acto reprobable. A partir de ahí, la condición humana en estado puro: traición, hipocresía, soberbia y manipulación. El adversario político, de vacaciones, que se lo encuentra y le falta el tiempo para intentar sumar méritos entre sus correligionarios, los medios que compran el producto, la forma de contarlo, el análisis, esa vomitiva necesidad de dar lecciones a todo el mundo, esa propensión por emponzoñarlo todo en nombre de un derecho a la información cuando lo niegan si se trata de asuntos propios. ¿Informarán, y en qué medida, los medios sobre el absentismo, en ausencias físicas y en capacidad (o incapacidad) de trabajo, en el Congreso, el Senado y la Asamblea? ¿Sabremos alguna vez de la obra y milagros de algunos que sin vivir aquí y visitándonos una o dos veces por legislatura, dicen que nos representan, votando medidas y leyes que nos perjudican como ciudad y región? ¿Es esto más grave que el famoso incidente de tráfico del presidente, primero silenciado, luego ocultado y, finalmente, maquillado, que algunos medios trataron con tanto afecto? Y, luego, esa obsesión periodística por situar a los políticos en otra dimensión, que confunde a los ciudadanos porque, en realidad, conviven en un mismo plano de influencias, querencias e infidelidades. ¿Por qué tanta inquina? ¿Por qué salir en tromba? ¿Por qué esa medida secuencia de condenas, consejos y exigencias que no se ha visto ni con otros ni con temas más graves?

Finalmente, el surrealismo, la humillación, el enterramiento, si es posible, ese sospechoso aluvión de argumentos para disimular que le tienen ganas. Viene a cuento la coplilla de Hartzenbusch : "Por qué ladran a la Luna/-le dijo el gallo al mastín-/cuando ella su órbita corre/sin hacer caso de ti?".