Lo que no deja de ser curioso es que, mientras el califa Abd al-Rahman III construyó la mezquita mayor de su nueva ciudad palatina de Madinat al-Zahra orientándola razonablemente bien hacia La Meca, lo que demuestra que los técnicos andalusíes ya sabían colocar correctamente el eje de los oratorios, su hijo al-Hakam II insistió en mantener el de la aljama de Córdoba, apoyándose en el respeto a la tradición. Finalmente, ninguna de las dos estaba mal dispuesta. Pero era la expresión de la ideología, o del matiz de la ideología, del monarca reinante. Los matices son, a veces, muy difíciles de captar. Y, lo que es todavía más interesante, todas las mezquitas de al-Andalus siguieron colocando su alquibla con la misma orientación que la de Córdoba. A pesar de la opinión que pesaba sobre ella de tener su cabecera desorientada, mirando a mediodía. De aquí se deduce que los soberanos de todo el mundo islámico orientaban dentro de unos márgenes amplios y, lo más importante, que las formas de situar sus mezquitas mayores tenía una significación muy concreta y, en la Península, eran una manifestación de acatamiento a la dinastía reinante.

En 1146 el califa almohade Abd al-Mumin, al que rindió pleitesía Batalyús, construyó una nueva y flamante mezquita en su capital, Marraqués, una vez que decidió situar allí el centro político de su gigantesco imperio. La erigió en el lado contrario de la ciudad, lejos del lugar donde los almorávides, sus fundadores y grandes enemigos, habían erigido la suya. Pues bien, unos pocos años después, 1158, mandó derruirla del todo. Pretexto, estaba mal orientada. El nuevo inmueble, que se levantó adosado a la alquibla del antiguo, miraba a la dirección correcta. ¿Saben ustedes cuál es la diferencia entre una alquibla y la otra? Seis grados. Sí, seis. Una distancia insignificante. Luego el motivo no fue lo pretextado. Había cuestiones políticas y religiosas que aconsejaban acometer ese enorme gasto. El califa almohade, que presumía de estricto, no podía permitirse la mínima desviación. Ni en sus edificios. En 1172, Yusuf I, su hijo y heredero, mandó colocar la primera piedra de la gran aljama de Sevilla ¿Hacia dónde dirán que la hizo mirar? Al mismo punto que Córdoba. Se volvió a los orígenes. Los cambios no eran, pues, una muestra de devoción, sino de propaganda. De mensaje político. ¿Y las de Badajoz? El próximo día.