TDtesgraciadamente el pasado 8 de marzo volvimos a conmemorar el Día Internacional de la Mujer, un síntoma evidente de que las desigualdades entre hombres y mujeres siguen existiendo.

Lo han vuelto a denunciar sindicatos, asociaciones de mujeres, responsables políticos y testimonios particulares, entre otros. Más de lo mismo. Salvo la chorrada de los "semáforos paritarios" de Valencia, que sólo ha servido para desviar la atención del problema de fondo, hemos escuchado las mismas denuncias y reivindicaciones que se hacían hace muchísimos años. Se puede decir que hemos avanzado poco como sociedad democrática.

El círculo sigue siendo endemoniado. Cuánto peor sea la situación económica de su entorno, peor les va a las mujeres. No se trata sólo de que la mujer cobre menos por el mismo trabajo, sino que se ve obligada a acceder a jornadas laborales reducidas que le permitan atender a los niños y a las personas mayores de su familia. La falta de ayudas a la conciliación repercute directamente sobre la mujer. Muy difícil, por tanto, que la mujer pueda llegar a puestos de mayor responsabilidad y muy difícil también que pueda tener un mayor salario. Una falta de independencia económica que hace que muchas mujeres aguanten los maltratos de sus maridos o parejas hasta que éstos las matan. Así de triste y de complicado. Es mucho más sencillo proponer cambiarle el nombre al Congreso o ponerle faldita a un semáforo que plantear medidas laborales, legislativas o judiciales que mejoren la vida de las mujeres. De todas. Porque todas, en mayor o menor medida, sufrimos las consecuencias de la desigualdad. Incluso, la que nosotras mismas nos creemos. Así que, guste o no, habrá que seguir celebrando el 8 de marzo. Dice la Unión Europea que 70 años más. Ojalá sean sólo esos.