Cuando se cumplen 80 años del estreno de la película El Mago de Oz, dejen que les cuente algo de la historia, publicada originalmente en 1900, por si les suena de algo. En Oz, un trasunto de Arcadia feliz, de paraíso terrenal donde la utopía renacentista se mezcla con el bienestar universal, existe Ciudad Esmeralda, que ya es el colmo del cielo en la tierra y a donde Dorothy debe guiar sus pasos para satisfacer, ella y sus amigos, sus mayores y mejores deseos y ha de hacerlo a través de un camino amarillo. Enfoquen sobre el color del camino que les lleva al mundo nuevo: amarillo. No digo más. Cierto es que el paraíso tiene algunas taras, como el Mago de Oz, un tipo que llegó por casualidad y que se cree superior siendo normal, un auténtico charlatán, un cantamañanas que promete lo que no tiene o, peor aún, lo que no está dispuesto a dar, pero sí exige, de antemano, sacrificios y entusiasmos, como prueba de compromiso y fidelidad. Ya que estamos con los personajes, recalamos en el Espantapájaros, cuyo deseo es tener un cerebro; en el hombre de hojalata, que desea un corazón de verdad para poder tener sensibilidad: y en el león cobarde, que ansía valor. Dorothy desea volver a casa, que no es poco. A todos ellos los engaña el Mago de Oz, que desea liberarse de los otros personajes -las brujas malas, por ejemplo- que impiden que él pueda hacer lo que quiera en un País que no le pertenece, pero del que se ha adueñado con las armas de la manipulación. Sería exagerado destripar el papel de los monos voladores, así que los dejamos en paz, igual que a los winkies y munchkins, una suerte de esclavos que solo serán felices si se dan una serie de circunstancias donde desenmascarar al mago es una de ellas. En el fondo, la historia es la explicación de la frase «como en casa en ningún sitio», de ahí el empeño por regresar de Dorothy, pero cuando los elementos, los líderes malvados o impostados o las compañías exigentes se ponen por medio, no es fácil lograr que los sueños se cumplan. A la moraleja hay que añadirle que tampoco podemos fiarnos de quienes prometen cerebro, corazón y valor y, desde un falso sentido común, insisten en callarnos con medallas, prebendas y títulos de cartón piedra. Tercia el grupo Mago de Oz para cantar «alza tu cerveza, brinda por la libertad, ven y vente de fiesta, el infierno es este bar».