TEtn el homenaje a los presos de Franco que tuvo lugar días pasados en el Congreso, vi a mi padre en el viejo republicano que, con todo el respeto pero con toda la libertad, hizo un breve paseo por la sala con una bandera tricolor. José Bono hubiera hecho mejor respetando con su silencio el gesto brevísimo y admisible del veterano luchador, al que la sociedad española le debe tanto en términos de días de injusto encarcelamiento, torturas padecidas e injusticias sufridas, que ni con mil paseos respetuosos y brevísimos como el que dio por aquella sala que se le permitieran, se le pagaría todo el mal y el dolor que la dictadura le infligió. Bono tuvo una oportunidad inmensa de callarse, pero en lugar de defender, con su silencio, el derecho constitucional del viejo republicano a mostrar tan breve y respetuosamente su diminuto homenaje a sus ideas en la casa de todos, que es el Congreso, reivindicó el derecho constitucional de la otra bandera que, sin duda, es de menor rango que el del viejo republicano a expresar, por una vez, en silencio, brevemente y con el mayor respeto, unas ideas que costaron la muerte a centenares de millares y que a él le costaron cárcel, torturas y persecución.

Fernando Pagador de la Peña era uno de los oficiales republicanos que defendió Madrid hasta la extenuación. Después fue hecho prisionero, degradado y enviado a trabajos forzados a Africa, donde estuvo dos años poniendo y quitando piedras en una carretera. Fue detenido e internado en un campo de concentración, donde pasó seis meses encerrado en un retrete de un metro cuadrado de superficie. Tuvo un consejo de guerra y fue condenado. Le torturaron y le fusilaron varias veces sin munición, en aquella pantomima macabra a que sometían a los detenidos, en una de las cuales, mi padre les gritó que le dispararan de verdad si tenían cojones. De regreso a casa, después de sobrevivir gracias a su valor, fue detenido de nuevo, acusado falsamente de organizar el maquis en la provincia de Badajoz. Y volvió a sobrevivir contra viento y marea.

Fernando Pagador perdonó a sus torturadores y sembró el perdón en sus hijos. Vi su cara y su valor en la figura de ese viejo republicano al que el bobo del consuegro de Raphael reprendió el otro día.