El lenguaje, y no solo el castellano, está lleno de agresividad hacia los colectivos considerados inferiores, indignos o anormales por esa parte de la sociedad que no avanza. Las mujeres son el gran colectivo marginado tradicionalmente por los hombres y víctima del machismo que ha contagiado también a muchas mujeres, que han sido y son instrumento, las más veces involuntario, de esa marginación. También los homosexuales han sido desde antiguo marginados, castigados, ridiculizados y perseguidos en los peores momentos de la historia de cada nación. Todavía hoy lo son en muchos países. Uno de los instrumentos de los que se sirve el opresor contra esos colectivos es el lenguaje. Por eso, mientras no se depure el lenguaje hasta desparasitarlo de todas sus expresiones machistas y homófobas, no podremos decir que hemos conseguido erradicar los excesos sociales de los que aquéllos son víctimas. Dentro del machismo y de la homofobia, el insulto y la burla hacia esos colectivos son el primer paso de la intolerancia.

Todavía colea, a pesar de los días que han pasado, la deposición del alcalde de Badajoz sobre los "palomos cojos". Ni siquiera en un contexto distendido se pueden hacer declaraciones así y menos por quien es el primer regidor de una ciudad, máxime cuando, según estas declaraciones, lo que hay que hacer con los palomos cojos es "echarlos pa otro lao". Cuando ocurren estas cosas se suele decir que ha sido una traición del subconsciente. El problema es que el subconsciente nunca traiciona, por el contrario, cuando se hace notar con sus impensadas salidas siempre desvela una exacta radiografía mental y ética de cada uno. Este es el gran problema que tiene el alcalde de Badajoz, que habiendo pedido perdón e incluso habiendo sido perdonado por algunos de los ofendidos --imagino que los hay que votan al PP y que incluso tienen cargos en este partido--, su retracto no anula el negativo que de sí mismo facilitó con esa broma.

En el PP hay políticos que hablan con desparpajo de los "palomos cojos" y que llaman "tontitos" a los discapacitados. Estas salidas de tono no son la broma ocasional perdonable o el exceso involuntario corregible, sino la expresión de una mentalidad rancia que parece mentira que perviva en una derecha que se pretende moderna. ¿Qué dirían esos políticos si tuviesen un hijo o un nieto gay o discapacitado? ¿Lo han pensado?