Cuando visito alguno de los grandes museos del mundo -el Louvre, el British, el Romano de Roma, el Hermitage-- busco con interés las huellas del amor que unió a Adriano y Antínoo en forma de bellas esculturas, muchas de las cuales las encargó el propio emperador para su recreo, ornato de sus palacios y recuerdo después de la muerte del efebo. En los mejores museos del mundo y en otros lugares dignos de ser visitados se percibe aún el latido de ese amor, cuando uno se coloca delante de las estatuas del viril Adriano, con su abundante cabello y barba ensortijados, y del hermoso e imberbe Antínoo y recuerda la emocionante crónica que de ellos hizo Marguerite Yourcenar. En una sala del Museo Nacional Romano de la capital italiana, los responsables del centro han colocado juntos los retratos en mármol de Adriano y Antínoo, expresando con eso la pervivencia de una sensibilidad milenaria que se prolonga hasta nuestros días, y que, por ejemplo, permitió legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo en el primer mandato del denostado Zapatero, que algunas cosas buenas debió de hacer si se le compara con lo que hace este Rajoy. España se adelantó en eso, como en otras libertades y logros del Estado del Bienestar que la derecha está desmontando ahora, a países aparentemente más avanzados y que, poco a poco, van abandonando la homofobia y reconociendo los derechos de todas las personas. Francia acaba de aprobar una ley similar y en otros países se avanza por este camino.

Hoy vemos parejas formadas por dos hombres o por dos mujeres -me resisto a llamarlas parejas gays o lesbianas, del mismo modo que de las parejas de hombre y mujer es ridículo decir parejas heterosexuales- haciendo vida normal en nuestro país, sin que casi nadie les preste atención, lo cual es un signo de normalidad. Por algo el presidente Obama ha enviado precisamente a España a su nuevo embajador, James Costos, que está casado con un hombre, y Hollande ha enviado aquí a su embajador, Jerome Bonnafont, que tiene pareja masculina. La libertad y los derechos fundamentales de las personas están por encima de cualquier otra consideración y a mí me enorgullece que en España puedan vivir y ser felices esas parejas, sin adjetivos, como cualesquiera otras. Adriano y Antínoo y tantos otros merecen todo el respeto. Así que bienvenidos, embajadores.