TTtoda la prensa habla de ellos esta semana por culpa de una fea, Susan Boyle , que ha sorprendido a propios y extraños cuando se puso a cantar en la tele. Lloraban los británicos y el youtube se desbordaba. Es lo que tienen esos personajes, que cuando te los encuentras te entra el subidón de la emotividad y te pones a llorar como una magdalena. Es que son una cosa muy tierna, así como de melodrama y el melodrama siempre resulta emotivo. Suelen ser perdedores de toda la vida a los que un día les toca la lotería, se hacen famosos por casualidad o se convierten en un obama --recuérdese sus antecesores del Africa tropical-- o sarkocy --recuérdese su pasado húngaro--. Y entonces triunfan como si tal cosa. Lo único que ocurre es que Andersen terminó el cuento ahí, justo cuando el simpático, huérfano y triste patito se mira en el agua y sus hermanos los cisnes lo acogen como uno más entre los bellos. Pero, claro, nunca supimos qué fue de él una vez hecho cisne. Ni idea de si se casó y tuvo varias nidadas de patitos feos con una hermosa cisne hembra o si le eligieron alcalde en su estanque o por el contrario, un golpe de mala suerte le hizo pasar una espantosa vejez llena de achaques. Porque hacerse cisne un día tampoco asegura una vida feliz. Miren, por ejemplo, hacia los colectivos de homosexuales, otrora patitos feos mirados por encima del hombro en la sociedad. Décadas de lucha para convertirse en cisnes con su contrato matrimonial y sus derechos conyugales. Ya por fin encantados con su nuevo plumaje y el cuello alto, emprenden la vía del matrimonio como todos los demás cisnes. Poco a poco entienden que la felicidad no siempre acompaña y que ser un cisne casado puede no ser más gratificante que mantenerse en pato salvaje migratorio y divertido aunque soltero. Luego resulta que, un buen día un patito feo convertido en cisne mata a su marido también convertido en cisne. Después se mata él. La sangre les convierte en iguales. Bienvenidos al hermoso club de los maltratos.