Cuando encuentro a Julián o a Isabel por la calle me saludan como antiguos conocidos. Lo somos, por las veces que he escuchado su desasosiego, para el que no acaban de encontrar consuelo. Desde hace 40 años viven en uno de los pisos de los seis bloques construidos entonces entre las calles Mérida y Augusto Vázquez, junto al parque de San Fernando. Siempre cuentan que cuando ellos se fueron allí a vivir, era un modelo urbano y de convivencia. Entre estos edificios de ladrillo visto se criaron sus hijos y los de muchos otros vecinos. Por ley de vida, los propietarios han envejecido y unos cuantos ya no están.

La calle Mérida no es una vía céntrica de Badajoz. A los locos de los localismos y de la histórica y rancia inquina entre ambas ciudades extremeñas les parecerá sintomático que Badajoz le dedicara una pequeña y destartalada calle a la capital autonómica, por ende, Patrimonio de la Humanidad. De lo que es patrimonio este entorno es del abandono. Está por ver por culpa de quién. Aunque todo indica que entre todos lo mataron y él solo acabará muriendo. Los vecinos se lo reprochan al ayuntamiento, al que ruegan desde hace años que asuma las zonas comunes, que son de propiedad privada pero de uso público. Lo que viene a ser Patrimonio de Nadie. A los propietarios les resulta oneroso sostener su mantenimiento y no son capaces de ponerse de acuerdo. En otras comunidades sí lo hacen. Basta darse una vuelta para comprobar que quienes allí viven no han mimado su entorno ni han conseguido organizarse para encontrar la fórmula de mantenerlo más o menos decente. Costear un jardinero o tratar del picudo rojo a sus palmeras puede que esté muy por encina de sus posibilidades, pero no es normal que haya vecinos que utilicen los soportales como trasteros donde depositan lo que ya no quieren en casa o vierten ripios de obras rancias.

No es fácil poner de acuerdo a más de 90 familias para que todas apoquinen para cuidar lo que a todas pertenece. El problema es que aun siendo espacios privados, su uso es público, de libre paso y utilización para el resto de los ciudadanos y no es justo que sean los vecinos los que corran con todo los gastos de mantenimiento. Por eso llevan años suplicando al ayuntamiento que se haga cargo. El equipo de gobierno no se lo ha negado. Ha asfaltado y colocado rampas, ha instalado nuevas farolas, podó los árboles en alguna ocasión y limpia lo que ve la suegra. Pidió a los propietarios que les cedieran el suelo porque no puede actuar en un terreno que no es suyo. Así lo hicieron. Ponerse de acuerdo no fue tarea sencilla, pero una vez que lo lograron y entregaron la documentación, el proceso se enquistó en el servicio municipal de Patrimonio por un problema de personal, del que los vecinos no tienen culpa. Tres años llevan esperando.

Julián se presenta como portavoz porque en esta lucha defiende sus propios intereses y los de todos sus vecinos. El ayuntamiento no reconoce su portavocía, aunque nadie puede negarle que al menos lo es de sí mismo, como afectado alícuoto de los problemas de su entorno. Al equipo de gobierno le molestó que acudiera al PSOE para denunciar la situación de estos pisos y desde entonces lo repudió como interlocutor. Julián no reniega de su carnet socialista, aunque sus quejas no tengan color político. El PSOE se ha apuntado el tanto y al PP no le ha gustado. El equipo de gobierno olvida que si está donde está es porque pertenece al PP y por el carnet de sus integrantes son ahora los portavoces de la ciudad. No solo la oposición hace política.