El pleno del pasado 30 de diciembre en el Ayuntamiento de Badajoz no pasará a la historia del parlamentarismo por su eficacia y brillantez, sino por los modos con que se desarrolló y por la falta de respeto que supone a los ciudadanos y a los propios grupos políticos. Parece que el PP no se conforma con gobernar con los votos, que dan mayorías, pero no necesariamente la razón, sino que necesitara la ausencia de toda crítica. Quizás debido a la inseguridad que produce sentirse fuerte pero incapaz de asumir la responsabilidad inherente al ejercicio del gobierno, de respetar al otro, de entender la complejidad de una sociedad que no es blanca o negra, que la labor política es el juego del gobierno y de la oposición y que los insultos sobran.

El hecho de convocar un pleno extraordinario para controlar a un grupo de la oposición, el socialista en este caso, para exigir que retire una crítica, no permitirle expresarse y acabar expulsándolo, puede ser dramático para la convivencia social, además de ser una torpeza, pues viene a dar implícitamente la razón a los denunciantes en su labor opositora, cuando a lo mejor no es así, y desvela un talante poco democrático y un sentimiento patrimonial de la política y la razón que es preocupante.