Las palabras llevan a las acciones. Preparan el alma, la alistan y la mueven a la ternura», escribió Santa Teresa. Mujeres y hombres inmovilizados, angustiados, en busca de respuestas. Noches sin dormir, cuñados, vecinos, dependientes y personas acodadas en las barras de los bares dicen, dicen, y la cabeza aun se confunde más, se aturde de un ruido, indiscriminado, que alimenta esperanzas, entierra expectativas, yerra el tiro. Crea costra en la herida quizá para siempre cerrada. Así acuden a los despachos, persiguiendo palabras. En ocasiones también, para ser consolados. Coger las manos de quien no puede aguantar sus emociones por una impotencia desbordada, húmeda. Escuchar sin prisa, sin impaciencia, sin critica, “que nada te turbe, nada te espante”. Modular el tono de la voz para que no haga daño la cruda e inevitable verdad. O pensar, estudiar, indagar, estudiar, cotejar, estudiar, buscar, “porque la verdad padece, pero no perece”, y porque “lee y conducirás, no leas y serás conducido”.

Sonreír espantando a los miedos, instintivos, pero sin sustento. Y explicar, explicar. Hacerles transitar imaginariamente por el largo camino que van a recorrer, ayudando a soltar el aniquilante equipaje de la venganza y el orgullo, para, ligeros, poder ser reparados, deshacer el entuerto, marcharse a casa. Olvidar. Santa Teresa, con coraje, anduvo y anduvo. Procuró saciar al hambriento de Justicia, diseñó vericuetos, cambios necesarios para hallarla, batalló sin mudar la paz de sus rasgos, llevando bajo los hábitos ásperos una voluntad, férrea y tierna, de sacrificio, de defensa del desvalido. La primera mujer que en la historia ha presidido el Consejo General de la Abogacía Española enarboló estos valores como ejemplo para los que se incorporaban ese día a la profesión, apeló a la ética, a la humildad, al conocimiento. Y las palabras, otra vez las palabras, nos animaron a no mirar a otro lado, socorriendo a quien sufre cuando llega a un despacho, a una celda, a una orilla exhausto de remar, o con el salvavidas ya inservible tras la travesía por el Mediterráneo. Como sin duda haría hoy Santa Teresa.