La primera película que vio mi hijo en el cine fue Nemo. Atento y sin decir ni pío, le gustó tanto que cuando terminó permaneció sentado en su butaca mientras el resto del público vaciaba la sala, siguiendo los títulos de crédito y escuchando la banda sonora. Solo quienes hayan hecho lo mismo habrán comprobado que existe una escena final muy significativa que remata la proyección, en la que el pez pequeño, nervioso y timorato, que conocimos en las profundidades del mar, se encuentra con el pez grande de dentadura prominente y colmillos afilados. Nadie podría imaginar que el pequeñito e insignificante le echase valentía al desgraciado encuentro. Abriendo una boca enorme, de la que la naturaleza era imposible que lo hubiese dotado, se zampó de un bocado al grande, culminando así de manera sorpresiva e inesperada un final con moraleja: el personaje secundario de personalidad apocada por el que ningún compatriota marino daría un alga, de repente le echó agallas, muchas más de las que le permitía su diminuta anatomía, y se enfrentó al previsible vencedor. Ni él mismo se lo creía.

El mensaje es simple y esperanzador. Para que un pez chico logre arrinconar al grande no solo debe sacar fuerzas de flaqueza sino pertrecharse de todas las armas a su alcance si quiere defender con aletas y escamas su territorio. Los propietarios de ocho pisos de un bloque situado en la calle Rivillas de Badajoz han estado 21 años luchando por lo que es suyo. Su edificio empezó a agrietarse debido a una avería en una tubería de la red de abastecimiento y finalmente la empresa concesionaria del servicio de agua en Badajoz, Aqualia, ha tenido que hacer frente a la rehabilitación del inmueble. Por su cercanía al arroyo, este bloque fue alcanzado la noche de la trágica riada, en noviembre de 1997. Cuando aparecieron las primeras grietas, pensaron que era una secuela de aquella inundación. La Junta de Extremadura no los atendió. Un informe del ayuntamiento del 2004 concluía que las patologías se empezaron a producir con la riada. Pero el origen era otro: estaba debajo y era imperceptible. El agua de la fuga no había salido a la superficie pero ya había hecho de las suyas en el subsuelo, socavando los cimientos de este bloque, construido ahora hace 56 años.

Con lo lenta que es la maquinaria administrativa, hubiese sido comprensible que los dueños de estas casas hubiesen desistido. Pero no renunciaron a lo que era suyo. Las grietas fueron ensanchando. En el 2012 el ayuntamiento declaró en ruina el edificio y los últimos inquilinos tuvieron que marcharse. Fue entonces cuando los afectados acudieron a la vía judicial. Tuvieron que echar mano de sus propios técnicos para demostrar el motivo de su problema. Aqualia arregló la avería en enero del 2013 y las heridas se secaron, se contrajeron y los arañazos se abrieron aún más.

El empeño inquebrantable de estos vecinos, que durante años no se han dejado arrastrar por el desánimo, y haber topado con un elenco de grandes profesionales, ha permitido que Goliat haya tenido que afrontar su culpa. Así fue confirmado por el perito judicial, de forma clara y convincente, según recoge la segunda y definitiva sentencia, de la Audiencia Provincial, que data de enero del 2017.

Dos años después las obras de reconstrucción del bloque han empezado. Calculan que en 14 o 16 meses habrán concluido. Los pisos podrán ser ocupados a finales del próximo año. Después de tanto tiempo y tantos sinsabores, volverán a casa por Navidad. En Nochebuena, cenarán pescado.