Cisne negro es la película de esta semana, de eso no cabe duda. Porque dentro de nueve días podría ganar hasta cinco Oscar de los gordos. Porque en ella Natalie Portman ofrece el papel de su carrera, aunque con reparos. Porque está dirigida por Darren Aronofsky, uno de los autores más personales de Hollywood. Y porque, de alguna manera, aglutina rasgos temáticos también presentes, de forma más dispersa, en el resto de incorporaciones a la cartelera.

Es cierto que Darren Aronofsky no es precisamente el director más sutil del mundo. Fue sugerente y espartano cuando no tenía más remedio (Pi, fe en el caos , su debut de bajísimo presupuesto), pero a medida que contado con más medios para hacer sus películas, las formas barrocas y los relatos delirantes han ido en aumento: Réquiem por un sueño , La fuente de la vida y ahora Cisne negro , un cruce entre un filme de ballet, un giallo al estilo de Rojo oscuro , una intriga psicológica y un melodrama ultradesaforado.

Sutil, más bien poco. La historia, de caer en manos de un Roman Polanski, por ejemplo, podría haber dado más juego. En las de Aronofsky se reduce a una sucesión de motivos más o menos inquietantes --aunque acaba resultado previsible-- con profusión de secuencias de choque, delirios, sueños, imaginaciones, escenas de ballet, dobles personalidades similares a la del cisne blanco y el cisne negro, y una machacona insistencia en repetir una y otra vez, en los teóricos momentos fuertes del relato, la misma y conocida melodía de El lago de los cisnes , el ballet de Chaikovski que sirve de telón de fondo a la historia y acicate para su protagonista. Puede que Natalie Portman esté esforzadamente bien, pero el personaje no está lo suficientemente bien dibujado.