Faltan algunos de los máximos responsables del éxito de la franquicia, pero Piratas del Caribe: en mareas misteriosas está condenada a arrasar en taquilla. No están, por ejemplo, ni el director de las tres anteriores partes, Gore Verbinski, ni dos de sus estrellas, Keira Knightley y Orlando Bloom, sustituidos para la ocasión, aunque en otros personajes, por Penélope Cruz (Angélica), que no acaba de funcionar como aventurera sin escrúpulos, aunque enamoradiza y ambigua, y Philip Swift, como un joven sacerdote enamorado de una bella sirena.

Rob Marshall, artífice de los dos últimos intentos de resucitar el género musical (Chicago y Nine ) ha suplido a Verbinski tras la cámara, y su estilo es más ortodoxo, más convencional. Pero no faltan Johnny Depp y, en menor medida, Geoffrey Rush. Con ellos dos, el éxito de la franquicia parece asegurado.

Jack Sparrow, un pirata ingenioso aunque escasamente atrevido, se enfrenta en esta ocasión con el mito de la fuente de la eterna juventud. Como en las anteriores entregas de la serie, Piratas del Caribe: en mareas misteriosas juega por igual a la restitución del relato clásico de corsarios y bucaneros, aunque con estilo de videojuego y espectacularidad algo impostada, y a la implantación de no pocos elementos fantásticos. Aquí es el turno de un grupo de bellas y beligerantes sirenas, cuya presencia añade incentivos a una de las mejores secuencias de toda la película.

Esta cuarta aventura de Sparrow y compañía destaca, en determinados momentos, por su acento coreográfico. Y, claro, todo en 3D, aunque como viene siendo habitual, la tridimensionalidad brilla por su ausencia y de ser en 2D no notaríamos demasiado la diferencia.