No sé si por la influencia de la televisión o las modas, que siempre llegan demasiado tarde a Badajoz, pero compruebo, en estos días, una proliferación de peluquerías por toda la ciudad que llama la atención. Donde había un local cerrado, un estudio de ingeniería, una asesoría, una asociación de no sé qué, una tienda de golosinas, una boutique de barrio, un bar pequeño, una tienda cien y un pequeño taller, por no hablar de un dispensario de cervezas, unos ultramarinos, una mercería y un videoclub de primera generación, ahora ha surgido una peluquería de señoras, de caballeros o unisex. Antiguamente, algunos pensaron que las lavadoras fuera de casa tendrían éxito y una cayó por la plaza de los Alféreces. No hubo contagio. Después, a principios de los ochenta, en cualquier esquina, un videoclub. El pequeño electrodoméstico, la tienda de comestibles, pescaderías, zapaterías, carnicerías, heladerías y otras ías de menor cuantía, sobrevivieron al boom de las grandes superficies, como las tiendas de telas, las de ropa de siempre, los bares, por supuesto, y los pubs, que ahora se llaman bares de copas, una vez que las discotecas pasaron a mejor vida. Llegaron las comidas rápidas y, como contrapeso, las tiendas de comidas preparadas. Un día, por arte de magia, las calles aparecieron llenas de fruterías.

Ahora, en tiempos de atelier, de panes diferentes, de dulces con estilo, de bombones a tutiplén, de tés, cafés y sus máquinas, cápsulas y complementos, de taperías, vinaterías y pastelerías con encanto, la peluquería evoluciona, se transforma, se especializa, da sentido a nuestras vidas en una posmodernidad donde el tratamiento del pelo se ha convertido en reto y arte. Aún recuerdo los años de Santi o de La moderna, en San Juan, con aquellos butacones, el corte a navaja, la espuma de afeitar y la colonia floid. O Pepe y Juan, al lado del 101. O a Begoña, que sigue cerca. Ahora, que el género no es tan determinante y peluqueros y peluqueras atienden indistintamente a mujeres y hombres, parece tener poco sentido la historia de Antoine cuando le pregunta su padre qué quieres ser de mayor y responde: el marido de la peluquera. Porque amaba el ambiente, el trajín de las revistas y las tijeras. Y, más que nada, la charla con el cliente, contra lo que ni el móvil ha podido. Por cierto, debo cortarme el pelo.