Doris Day vive retirada del mundanal ruido, a sus casi 97 años, en la ciudad californiana de Carmel. Ha empleado las últimas décadas de su vida y parte de su dinero, que no era excesivo porque algunas de sus parejas la dejaron prácticamente sin blanca, a recoger, cuidar y proteger a los animales, especialmente, a los perros. Ha recibido muchos reconocimientos por su labor. Hay gente que es así: aman a los animales y su amor llega hasta consecuencias prácticas, objetivas, realmente ejemplares. Hay quienes, a mí me pasa, no les gustan las corridas de toros ni cualquier otra diversión, los maten o no, que tenga que ver con ellos, los ponys como atracción de feria, los animales en el circo o en el zoo, los camellos en las Canarias o los burro taxis en Mijas, pero eso no quiere decir que esté a favor de prohibiciones ni que los vaya a meter en mi casa.

Hay quienes no comen carne y quienes, como el tonto aquel de la tele, dicen que son vegetarianos lingüísticos y por eso no hablan de animales muertos. Tengo una amiga que me confesó que vota al partido animalista y me llevé una sorpresa tremenda porque nunca había conocido a nadie así. En definitiva, si te gustan los animales, bien, y si no te gustan, bien también, mientras no les hagas daño.

Yo no tengo un odio africano o ancestral o apocalíptico hacia los animales, pero tampoco los quiero en casa o en mi perímetro de seguridad. Sencillamente, porque algunos animales me dan asco -serpientes, arañas, cucarachas, etc.- y otros, el resto, miedo. Pero lo que me saca de quicio es cuando voy caminando, por ejemplo, por los jardines del Guadiana, y siempre me encuentro con perros sueltos y dueños irresponsables que dejan que sus mascotas se acerquen a mí mientras me dicen, y eso ya me pone en guardia por el pavor que me da, que no hacen nada, que no muerden. O cuando los llevan agarrados con esos lazos infinitos que te impiden el paso o se enredan en tus pies hasta que das con tu cuerpo en el suelo y ni siquiera te piden perdón. O, peor aún, cuando permiten a sus perros que dejen el regalito por la acera o la senda por donde has de pasar. No se puede juzgar al uno por el todo, pero mientras haya uno, el todo tendrá que ser más duro con esos ciudadanos que siguen sin entender que para amar a sus animales hay, primero, que respetar a sus vecinos.