THtoy estaba dispuesta a escribir una de esas columnas navideñas que estos días abundan por todos los periódicos. Cualquier tema hubiera sido apropiado. Desde las decenas de SMS que he recibido felicitándome la navidad, por cierto, cada vez más ñoños; pasando por el anecdotario de las muchas comilonas que nos metemos estos días, hasta reflexionar sobre si esto de la Navidad se ha convertido en un asunto comercial o no. En fin, un amplio repertorio de temas propios de las fechas, a cual más manido e insípido. Pero como, no hay mal que por bien no venga, un desagradable incidente que me ocurrió en la noche de Nochebuena, me obliga a aparcar eso topicazos, para denunciar, de nuevo, la problemática que suponen los muchos perros que campean sueltos por la ciudad. En la mayoría de los casos se trata de perros abandonados; en otras, animales que, simplemente, se escapan.

Ya en otra ocasión critiqué la barbarie de aquellos que por moda o capricho, compran un perro y cuando se cansan de ellos, les dan una patada sin más.

Pero a partir de ahí, estos animales representan muchos problemas para la ciudad y sus vecinos. Desde la insalubridad y suciedad que provocan las defecaciones que nadie recoge, hasta la inseguridad ciudadana que en determinados momentos suponen. Y sino, que se lo digan a esas personas que pasean provistos de bastones o palos por miedo a encontrarse en una situación peligrosa con alguno de estos perros vagabundos.

En estas fechas, además, muchos de estos animales se encuentran atemorizados y nerviosos, debido a los petardos y demás estruendos navideños. Las numerosas y delicadas situaciones que se nos pueden presentar con alguno de estos perros no tienen horario. Por ello el servicio de la perrera municipal no puede funcionar, tan sólo, de lunes a viernes y de 8 a 3, como una oficina. Y sino, habrá que tener un retén de guardia o al menos dotar a la policía local de medios para auxiliar a los vecinos.