TLta delincuencia tiene mucho que ver con las conveniencias sociales y menos con los hechos execrables que cometas. Un delincuente no nace ni se hace, al delincuente lo hacemos los demás. Ser un poco pillo resulta bastante gracioso en general. Siempre le hemos tenido cariño a los ladrones --El Tempranillo, Curro, Robin Hood--, incluso a los piratas aunque fueran malos como el capitán Flint o Garfio (salvando distancias con somalíes y pesqueros secuestrados). En el fondo es mucho más divertido actuar de forma digamos poco recta que andar de meapilas por la vida, y, además, caes muy bien, así que tienes más amigos y todos quieren invitarte a sus fiestas. Uno empieza por hacerse el simpático y aprovecha las oportunidades que la simpatía le brinda: contactos, conocidos, contratos, trabajillos-, luego uno se hace el imprescindible para algo y maneja a cualquier pandilla a su capricho. Eso sí, con todos los acólitos repartirá beneficios, porque el pillo es también generoso. Nunca ese tío --o tía-- será llamado delincuente, solo golfo si acaso, o sinvergüenza dicho tiernamente. Lo suyo es así de mono, y la mayoría de los que le rodean darían media paga por acudir con el tipo en cuestión a donde hiciera falta. Más si el tipo tiene chispa y cargo, porque los demás --muchos-- estarían encantados de aprovechar las migajas y medrar a ser posible --como el simpático hizo en su día-- ascendiendo en el escalafón de los listillos. Todo transcurre cojonudamente entre pequeñas tropelías y así pasan la vida un montón de individuos, incluso lucrándose con bienes ajenos, muchas veces públicos, los unos liderando el pillaje, los otros conniviendo y chupando del bote, mas sin poner la cara. Puede ocurrir que un día uno de los golfantes desenfunde papeles contra el otrora igual. Ahí es donde, de súbito, a un pillo lo transformamos en delincuente. Ha hecho lo mismo que el de al lado, ha gastado el dinero en sus cosillas igual que tantos más-, pero, se siente: le han pillado.