Desde hace casi un cuarto de siglo he vivido en primera persona la elección del cartel de Carnaval. Unas veces, la mayoría, formando parte del jurado que lo premiaba y, otras, en razón de mi profesión y al objeto de informar a los lectores. Nunca estuvo exento de polémica el concurso. Antes o ahora, siendo más o menos profesional y técnico el jurado, siempre el certamen ha tenido como característica principal que el cartel no le gustara a casi nadie.

Esto es así por tres razones fundamentales que están conectadas entre sí. La primera de ellas tiene que ver con la forma de ser de la gente de Badajoz. Aquí somos todos muy listos, sabemos más que nadie, no nos conformamos con lo que dicen los demás y pensamos que nuestro criterio siempre es el mejor. Si se dan cuenta, pasa con el patrimonio, los monumentos, los proyectos, cualquier cosa que se planea o hace en Badajoz tiene un antagonista, un detractor, un crítico voraz que mueve Roma con Santiago para hacerse oír, monta una asociación, recoge firmas, manda cartas a los periódicos y, por supuesto, todo aderezado con una buena dosis de descalificación sobre los que piensan diferente a él. La segunda razón es que en el mundo del Carnaval esta cualidad del badajocense se potencia escandalosamente y de ahí sus rivalidades con matices a menudo poco edificantes y los eternos debates de quién es o no es carnavalero, de quién sabe o no de Carnaval. La tercera razón tiene que ver con el gusto de cada uno. Hay que aceptar que todos llevamos dentro un catedrático, un artista, un creativo, un diseñador gráfico, un fotógrafo, un fenómenos, vamos, y aunque no seamos nada de eso, nada hay escrito sobre gustos y si ese cartel no me gusta, pues no me gusta y punto. Hasta aquí perfecto.

Lo malo es cuando empezamos con las acusaciones, ojo, de delitos, sin fundamento aparente, sin conocimiento cierto y sin equidad, olvidando que, en justicia, el que tiene que probar es el que acusa y que convertir una fiesta en una permanente batalla no solo es ridículo sino que además resulta poco productivo. A mí, la verdad, el cartel de Carnaval 2014 no me gusta mucho, como tampoco el del año pasado porque creo que la sardina no es elemento esencial en nuestra fiesta. Pero de ahí a hablar de plagio me parece una temeridad, sobre todo cuando hablamos de arte, donde las inspiraciones, reinterpretaciones y creaciones desde elementos comunes forman parte del propio arte.