Para no levantar suspicacias habría sido más productivo que hubiesen presentado el proyecto explicando pormenorizadamente lo que se pretende, lo que se quiere y lo que se puede hacer. Teniendo en cuenta los precedentes que existen en esta ciudad, donde proliferan como hongos los autodenominados defensores del patrimonio --que bienvenidos sean--, habría que ser más cuidadoso cuando se trata de hacer público un proyecto que pretende devolver a un edificio histórico de más de 22.000 metros cuadrados un uso que perdió hace 13 años. Al margen de que sobre gustos no hay nada escrito y de que en tamaño espacio caben miles de opciones, los responsables de sacar adelante una propuesta deberían ser tremendamente cuidadosos y mimar su presentación en sociedad, para que sean perfectamente entendibles todos los detalles y aclarar las dudas que pueden surgir.

Sin embargo, por no se sabe qué motivos --que los habrá--, la presentación del Plan Director del Hospital Provincial San Sebastián al público se convirtió en un acto más festivo y social que una puesta en escena con contenido. El patio central del edificio se vistió de gala. Se tapiaron oquedades, se pintaron zócalos, se abrillantaron suelos y el polvo se escondió bajo la alfombra. La ruina era apenas perceptible. Se colocaron orquídeas bajo un atril y tras un enorme escenario a pie de público se instaló una enorme reproducción de lo que se adivinaba que será, si llega a ser, el hospital, en una plaza de San Atón imaginaria.

No faltó nadie y si lo hizo, no se le echó en falta. Los responsables políticos de las tres administraciones escenificaron que están de acuerdo, por una vez, en que salga adelante un proyecto que dote de contenido y utilidad a este enorme inmueble. Los arquitectos filosofaron sobre la idea de abrirlo a la ciudad y de meter la ciudad dentro, sin concretar demasiado, no por falta de empeño, sino tal vez de empatía con muchos de los que estaban escuchando, ávidos de saber y de concretar qué va a ser del viejo hospital, en qué se va a transformar, qué se va a derribar y qué se va a construir, cuánto va a costar y cuándo será una realidad, porque es así como funciona el personal que no tiene licenciaturas en arquitecturas ni másteres en patrimonios.

Sobre una mesa se habían colocado varias copias de un documento anillado para que los asistentes pudieran ojearlo y hojearlo. Era el plan director mencionado, el mismo que desde el día siguiente a la presentación se puede ver en la web de la diputación, en cuya portada debería anunciarse con claridad: No apto para torpes . El documento que se ofrece recoge sólo planos: antiguos sobre la ubicación del edificio, otros sobre su estado actual y nuevos sobre las propuestas que ahora se defienden. Son dibujos sin ningún texto que justifique y explique lo que se pretende realizar. De ahí que ahora no cabe que nadie se asuste de que salgan a la luz interpretaciones que nada tengan que ver con las actuaciones diseñadas.

El plan director traza las líneas por las que debe moverse la recuperación del edificio, diseñada a partir de dos ideas locomotora que tirarán de futuras acciones que se vayan incorporando, por iniciativa privada y pública, con la aquiescencia de la participación ciudadana. Pero difícilmente puede participar la ciudadanía si no conoce previamente de qué va el tema. La mejor vacuna contra equívocos e interpretaciones erróneas es que la información fluya, clara y transparente. Las buenas ideas no solo hay que tenerlas, sobre todo hay que saber defenderlas.