TEtn 1995, la plaza Alta de Badajoz era un lugar de peregrinaje hacia el infierno. La droga, la prostitución, la inmundicia, la delincuencia y, más que todo eso, el abandono, la dejadez y el olvido habían herido de muerte una zona que los mayores dejaron de frecuentar y las nuevas generaciones ni conocían.

La plaza Alta alberga las raíces, los ancestros y las señas de identidad de los badajocenses. Agredir o degradar la plaza, queriendo o sin querer, con buenas razones o sin ellas, es atentar contra nosotros mismos. El traslado de la estructura del Mercado de Abastos (que, al menos, no se perdió para siempre, como tantas cosas), la degradación del lienzo de la muralla y de la Alcazaba en general, la mayoría de las casas vacías o sometidas al imperio de la noche y de lo inconfesable e inaceptable y la visión atrofiada y peligrosamente permeable de algunos políticos de la época, desencadenó un paisaje de guerra, una elegía a la miseria, la ruina y el desencuentro.

Volver la vista atrás produce desazón. Más aún cuando quienes consintieron, por obra, omisión o desconocimiento tanta decadencia y desamparo, teorizan, sentencian y predican sin mirarse a sí mismos. Uno empieza a estar harto tanto de los demagogos, que se reproducen como las cucarachas, como de los ignorantes, capaces de sentar cátedra a poco que reúnan auditorio.

En los últimos tres lustros la plaza Alta de Badajoz ha avanzado más que en toda su historia y, aunque a veces parece que su transformación no es tan evidente y tan rápida como muchos quisieran, hay que recordar que su grado de orfandad superaba todos los límites. Claro que hay obras y casas abandonadas y puntos de venta de drogas y, creo, que incluso algo de prostitución queda. Pero, también, hay viviendas rehabilitadas y de nueva construcción, comercios, bares, restaurantes, edificios singulares, rincones descubriéndose, vecinos que vuelven, que pasean por sus alrededores, que deciden vivir en el entorno y que tomaron la decisión de apostar por una plaza Alta que invita al optimismo.

También tenemos desheredados, marginados, personajes pintorescos, lugares insondables y una recua de frikis ejercitándose en la noble tarea de contarnos su película y, si pueden, cobrar por ello, en dinero o en lo que sea. Pero de ellos ya se encarga Callejeros, el programa de la Cuatro especializado en minusvalorar el esfuerzo y multiplicar las carencias.