La libertad de expresión no significa poder decir lo que a uno le venga en gana bajo la premisa de que todas las opiniones son respetables. La libertad de expresión no deja de serlo porque se establezcan condiciones. El límite debe estar en los descalificativos y las agresiones verbales que puedan ofender o dañar a quienes van dirigidos. Uno tiene derecho a expresar sus pensamientos libremente siempre que no hieran a quienes se refieren sus palabras. El vocabulario es tan inmenso, concreto y diverso que los descalificativos nunca pueden estar justificados. Referirse a dos personas con términos tan gruesos como "repugnantes, desagradables, repulsivos, asquerosos", como ha hecho la concejala de Servicios Sociales, Rosario Gómez de la Peña, para describir una imagen en la que aparecen semidesnudas aludiendo exclusivamente a su estética, demuestra una acritud desmedida que no se sostiene con argumentos de recato o normas de convivencia.

Hacerlo públicamente a través de una red social acentúa lo inapropiado del comentario y si encima quien lo realiza es un cargo político que ostenta la representación de los ciudadanos sin distinción, entonces carece de justificación y es aún si cabe más reprochable. El propio alcalde de Badajoz, Francisco Javier Fragoso, a la hora de valorar la actuación de su concejala, añadía que lo ha hecho "más o menos acertadamente".

Pero es que además las dos personas que aparecen en la imagen no son dos individuos aislados que se encuentran en un paisaje inocuo. No son una pareja de turistas que se tumban en bragas al sol a la orilla del Guadiana en el nuevo parque de la margen derecha. Hay ayuntamientos, fundamentalmente de las zonas costeras, que han aprobado ordenanzas --no exentas de polémica-- para sancionar a aquellos que vayan por la calle en paños menores. Pero éste no es el caso. La estética de la que hacen gala las personas de la imagen, con prendas --mínimas, eso sí-- de cuero que dejan ver toda la espalda y el culo cubiertos de vello, identifica a un determinado grupo de un colectivo (que no tiene que verse retratado en su totalidad) y el contexto es un desfile de reivindicación de la libertad afectiva y sexual. Tan claro está, que portan entre ambos una bandera arcoiris. A estas alturas de la película, llama la atención que a alguien le sorprenda una imagen de este tipo y más aún que le provoque arcadas o una repulsión que necesita compartir en una red social.

Si la concejala hubiese querido expresar su desacuerdo con este tipo de manifestaciones públicas podría haber dicho sin más que estas imágenes hacen flaco favor a la normalización de los homosexuales. Muchos, homosexuales y heterosexuales, no están de acuerdo con que la identidad sexual tenga que ser motivo de orgullo y que en torno a esta reivindicación se organicen carnavales de plumas, lentejuelas, tangas, cueros y despelotes. Muchos opinan que la sexualidad forma parte exclusivamente de la esfera afectiva y de la atracción física y no es necesario este festín público para reclamar la identidad sexual. Pero de ahí a insultar a quienes libremente participan en una convocatoria reivindicativa con un atuendo reconocido y característico va un largo trecho.

La concejala se arrepintió inmediatamente de sus palabras. Prueba de ello es que las retiró de su perfil de Facebook. Lo hizo cuando empezó a ver los comentarios que habían suscitado, a cuyos autores claramente se les ve el plumero por sus términos realmente homófobos. Antes de pedir su dimisión, le han solicitado que se retracte públicamente. Quizá ella crea que ya lo ha hecho.