Es uno de los muchos dilemas de la vida. Dar cobijo a los pájaros o expropiarles sus viviendas. No es una cuestión baladí.

En San Francisco están podando a conciencia. Un corte al cero le están haciendo a los plataneros. Bueno para los árboles que crecerán fuertes en primavera, pero malo para los pájaros que se están quedando sin casas antes de que el frío les obligue a emprender el vuelo hacia los lugares de invernada.

Durante la primavera, el verano y estos primeros compases del otoño, ha habido quejas de la suciedad causada por la concentración de los pájaros. No hay quien se siente en los bancos, ni que pasee, ni que camine a buen paso; una compañera cruzó el otro día a la hora justa, en el momento All Brand supongo, y llegó plagadita de los desechos que expulsaban las pequeñas aves. Y eso que fue un pasar, casi un correr acelerado para entregar a tiempo el trabajo. Imagino el chorreo que le cae encima al jubilado que pase un ratito sentado en un banco, bajo el manto protector de los árboles.

Me pregunto adónde irán los pájaros cuando regresen de sus vuelos diurnos y se encuentren sin casa. En los arriates, bajo lo que hace apenas unas horas era la copa de un frondoso platanero, yacen ramas y hojas, pilares y tabiques de lo que fueran sus hogares ¡Qué triste! Entran ganas de mandar a la porra a los jubilados y a mi compañera, tontamente preocupados por sus chaquetas, sus cabezas y sus pantalones.

Expropiados, desahuciados, expulsados. Los imagino volar tristes, perseguidos por la oscuridad de la noche que avanza, buscando otro cobijo. Casi se me saltan las lágrimas como en los momentos culminantes de las películas de Disney.

No, no te dejes engañar, me dice un transeúnte con el que cruzo unas palabras. "Son pequeños y bonitos, pero muchos y con el muelle muy flojo.

Mejor así, que se vayan".

No lo sé. Dentro de pocos días todo estará limpio, pero ya no podremos oír su algarabía.