Cuando el aturdido Hamlet lamenta que algo huela a podrido en Dinamarca no está más que constatando el dolor, el cansancio y el asco que le produce la vileza y la inmundicia que le rodea.

La corrupción moral y social tanto en lo personal como en lo colectivo es lo que de verdad puede acabar con una sociedad enferma y que no hace nada por solucionar su problema. Más aún, lo acentúa.

España es un enorme pudridero donde cada cual vomita sus miserias, la mala leche se ha instalado en el imaginario colectivo como principal virtud y el único afán del personal es ver cómo se destruye todo a su alrededor, por supuesto, con su participación activa.

No sé si me estoy haciendo mayor o es que el olor a podrido me impide ver con claridad cuanto sucede, pero me temo estar integrado en una comunidad miserable, hipócrita, destructiva, corrupta y sin más objetivo que disfrutar en una fosa séptica construida a medida.

Toda esa miseria que hemos somatizado son pasmosa facilidad ha encontrado su perfecta correa de transmisión en el anonimato o no (porque a muchos incluso les da igual ser catalogados de payasos, ignorantes o malas personas) de las redes sociales, expresión del mundo libre, si, pero también agujero infecto que aloja lo más ruin de la sociedad.