Cuando el aturdido Hamlet lamenta que algo huela a podrido en Dinamarca no está más que constatando el dolor, el cansancio y el asco que le produce la vileza y la inmundicia que le rodea. La corrupción moral y social tanto en lo personal como en lo colectivo es lo que de verdad puede acabar con una sociedad enferma y que no hace nada por solucionar su problema. Más aún, lo acentúa. España es un enorme pudridero donde cada cual vomita sus miserias, la mala leche se ha instalado en el imaginario colectivo como principal virtud y el único afán del personal es ver cómo se destruye todo a su alrededor, por supuesto, con su participación activa. No sé si me estoy haciendo mayor o es que el olor a podrido me impide ver con claridad cuanto sucede, pero me temo estar integrado en una comunidad miserable, hipócrita, destructiva, corrupta y sin más objetivo que disfrutar en una fosa séptica construida a medida. Toda esa miseria que hemos somatizado son pasmosa facilidad ha encontrado su perfecta correa de transmisión en el anonimato o no (porque a muchos incluso les da igual ser catalogados de payasos, ignorantes o malas personas) de las redes sociales, expresión del mundo libre, si, pero también agujero infecto que aloja lo más ruin de la sociedad.

No puede ser que una dirigente política tenga un accidente de moto y haya quienes lamenten que no se hubiera matado. No puede ser que un puñado de actores dibujen un país que no es real y convoquen a una lucha de la que ellos son los primeros en escapar. No puede ser que la gente normal crea que solo existe corrupción en la vida política cuando tal vez tengan en su casa a una empleada de hogar sin papeles o justifiquen no pagar el iva al fontanero. No puede ser que Madrid perdiera las Olimpiadas y un minuto después la ignorancia, la estupidez y la demagogia empiecen a echarle la culpa a Rajoy o al peinado o el inglés de la Botella, por no hablar de los que detestaban tal posibilidad de éxito. No puede ser que nunca se haga nada bien en este país, que lo que unos justifican en los suyos lo censuren en los otros, que, no estando yo, cuanto peor, mejor. No puede ser que haya míos y tuyos.

Muchos ya se encuentran inmersos en una refriega permanente y están tan obsesionados que lo hacen a sabiendas de que el hundimiento que provocan también les llevará ellos. Eso es, precisamente, lo que los hace peligrosos.