Remato la semana pensando en los paisanos vascos y gallegos que este domingo van a votar y que si nadie lo remedia volverán hacerlo en diciembre junto con el resto de españolitos.

Llevamos sin gobierno más de siete meses. Y podríamos seguir así a saber cuántos más.

Yo fui una de los muchos ingenuos que en este país, acostumbrado al bipartidismo y a las mayorías absolutas, le dio un voto de confianza a la clase política y nunca pensó ni tan siquiera en unas segundas elecciones. ¿Cómo no van a ponerse de acuerdo en formar gobierno?, nos preguntábamos entonces. Ahora la desastrosa realidad política nos lleva camino de una tercera convocatoria electoral y a ver quién es el guapo, como diría Fernández Vara, que pone la mano en el fuego ante la previsión de unas cuartas. Ni los nuevos partidos que llegaron cual redentores para liberarnos de todo mal han podido evitarlo. Es más, han contribuido de forma activa a no darle solución.

Así las cosas, los extremeños nos podemos dar con un canto en los dientes con los políticos de aquí. El presidente extremeño tuvo los reaños de sentarse en plena calle, bajo unas lonas de plástico para sacar adelante su investidura y no dudó tampoco en cruzar rayas azules para aprobar unos presupuestos. Y tres cuartos de lo mismo sucedió en muchos ayuntamientos tras las pasadas elecciones municipales. Fueron conscientes de la necesidad de conjugar los verbos dialogar, ceder y pactar. Pero aún así la política está en horas bajas. El esperpento nacional se lleva por delante a justos por pecadores. La incredulidad y el distanciamiento con los ciudadanos es brutal y peligroso.

Tendrán que rodar algunas o muchas cabezas, hasta que haya políticos que vuelvan a entender que tan sólo on meros representantes de los ciudadanos y que su misión es serles útiles en su día a día.