TEtl alcalde de Badajoz, Miguel Celdrán, cuenta estos días una anécdota para explicar la actual desafección y desconfianza que existe entre los ciudadanos hacia los políticos; y aunque con su habitual comicidad nunca llegas a saber si te cuenta una historia real o inventada; lo cierto es que "su experiencia" refleja fielmente la ingrata realidad que está conociendo la clase política, aunque muchos piensen que se lo han ganado a pulso.

Cuenta Miguel Celdrán que hace unos días fue a visitar al hospital a un pariente que acababa de superar una grave enfermedad y que cuando éste se enteró de que estaba en la habitación dijo, casi inconsciente todavía y balbuceando, "tened cuidado que no se lleve ná". Puede sonar a chiste y más cuando el veterano político imita, con gestos incluidos, las palabras de su interlocutor postrado, pero la caricaturizada anécdota describe, y con dureza, no sólo el rechazo que los políticos producen entre los ciudadanos; sino también la tristeza y el hastío que en muchos políticos provoca ésta situación.

La corrupción ha existido siempre y no sólo en política. Pero la percepción del ciudadano ya no es la misma, y más si se trata de dinero público.

Porque ahora cuando la crisis más arrecia. Cuando son más y más las familias que se quedan en paro. Cuando nos asfixian los impuestos. Cuando son los propios políticos los que piden "un mayor esfuerzo para salir de la crisis", es ahora cuando la corrupción política provoca más desprecio en la sociedad.

Y tienen razón los que defiende la honorabilidad de la mayoría de los políticos. Muchos intentan hacer su trabajo de la mejor manera posible. Con honradez y no sin esfuerzo. Incluso sin la remuneración adecuada. Y no sería justo juzgar a todos por el mismo patrón. Pero la crítica, les guste o no, es generalizada. Así que estoy de acuerdo con Celdrán: "el que lo haya hecho, que lo pague. Y a ser posible en poco tiempo".