Algún día habrá que hacer un homenaje a los dulces de Navidad, tan denostados por crueles dietas, tajantes consejos médicos y duros preparadores físicos. No es momento de analizar ahora el origen, la esencia, la sustancia, el discurso, el objetivo y los fundamentos de la fiesta, pero hay que reconocer que una celebración con un buen puñado de dulces típicos, propios de las fechas y que se han mantenido durante generaciones más allá de ligeras alteraciones en las recetas, requieren una puesta en valor. Y entre peladillas, piñones, marquesas, turrones, mazapanes, almendritas rellenas, alfajores, roscos de vino y anís y mantecados, su primo hermano, el polvorón, forma parte de la esencia de este país, de cualquier momento navideño que se precie. El polvorón como aperitivo dulce para cualquier hora del día. El polvorón para alegrar las almas perdidas entre tanta dieta mediterránea y gin tonic a las finas hierbas. El polvorón como alternativa a la golosina de todo a cien o al postre de postín. El polvorón como bienvenida, sobremesa y duermevela. El polvorón en el desayuno, a media mañana, tras la comida y mientras llega la misa del gallo o las campanadas y las uvas. El polvorón como reclamo para los reyes magos y el tipo ése que viene por Nochebuena. El polvorón como regalo para el maestro, para el médico, para el obrero, para el cura, para quien nos cuida o cuidamos. El polvorón es el resorte que activa con adictiva melancolía aquellos años, aquellos recuerdos cuando las tabletas y consolas no existían y las muñecas de Famosa se dirigían al portal, cuando no engordaban por muchos que comiéramos y solo los catábamos una vez al año. El polvorón para decir Zaragoza con un par o tres dentro de la boca. Nos gusta el turrón de suchard o el más caro del mundo, el pan de Cádiz, los panetones, que no son muy nuestros, los bombones, el rosco de vino tipo Antequera o Málaga, pero viajes a donde viajes, entre aquellos productos típicos españoles, siempre encuentras una caja de polvorones. Ahora, frente a tanta variedad, color y sabor, solo hace falta elegir el mejor y prometer no ingerir un kilo de más. Aunque sean los mejores, que no estamos para excesos. En La Cubana, sencillos, suaves, con retrogusto, que ahora está de moda decirlo, saboreando el placer de los dioses.