Además de por su cante, José Salazar Molina, Porrina de Badajoz, era reconocible por su cuidada imagen y su inconfundible vestuario: siempre con sus gafas oscuras y su clavel en la solapa. Dos complementos que no faltan en la escultura que le rinde homenaje en la plaza de la Soledad, donde tantas veces cantó a su patrona en Semana Santa y desde donde estas últimas semanas ha sufrido la soledad de las calles desiertas por el confinamiento al que ha obligado la crisis del coronavirus.

Ahora que empiezan a marcarse plazos para volver a la nueva normalidad, alguien ha querido proteger al marqués del Porrinas de posibles riesgos, ya que él no puede moverse para respetar voluntariamente las medidas de distanciamiento, y le ha colocado una mascarilla, un nuevo complemento, menos elegante que los que solía lucir y además de un solo uso, como sus claveles.

Quien así lo ha hecho no ha tenido el mismo detalle con el guitarrista, quizá porque su postura no le permitía colocarla como es debido. A pesar de lo demandados que están estos elementos de protección, la mascarilla de Porrina ya lleva unos días en su sitio, seguramente por la boca privilegiada que oculta y que tanto arte dejó escapar en vida del cantaor gitano.