El día que me tocaba escribir sobre la parte divertida del Carnaval de Badajoz, que la hay y mucha ¡no solo de polémicas vive nuestra fiesta aunque lo parezca!, va la portavoz (¿o tendría que decir portavoza?) de Podemos en el Congreso, la diputada Irene Montero, y se convierte en la protagonista de la jornada por inventarse un término tan ridículo y mal sonante como el femenino del sustantivo portavoz. Ya saben: portavozas.

Dice la diputada que su intención era utilizar el lenguaje para darle visibilidad a las muchas mujeres que ejercen la labor de portavoz. Y la creo. De hecho no es la primera que, y permítanme la expresión, la caga con esa buena intención. Todos recordamos las famosas «miembras» de Bibiana Aído o «jóvenas» de Carmen Romero.

Palabros (palabra rara o altisonante, no se me confundan), que quedaron ahí como titular de un día y punto.

Pero ¡ojo! que estas cosas nunca se sabe cómo terminan. El lenguaje es un instrumento de comunicación en constante evolución que construimos los seres humanos.

Ni tan siquiera los eruditos señores de la Real Academia de la Lengua deciden cómo debe ser ese conjunto de signos. Basta que su uso sea generalizado y aceptado por todos nosotros, para ser admitido como correcto.

«Amigovio», por ejemplo, ya está aceptado en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua y no descartaban incluir también «follaamigos». Así que portavozas de la munda no descarten verse un día en los radios y en las televisionas llamadas por sus nombras.

Qué duda cabe que el lenguaje ha sido muchas veces utilizado como instrumento machista. Y habrá que seguir incidiendo en ello.

Pero ahora que las reivindicaciones de igualdad y denuncias de las mujeres están cogiendo cada vez más fuerza con movimientos como #Metoo o la exigencia de la equiparación salarial, es un error fijar la atención en temas menores que sólo ridiculizan y frenan las reivindicaciones feministas.